Tras el despido, la niñera pidió un último día… hasta que la niña reveló algo al padre millonario y…

¿Qué pides ahora? Sofía miró hacia donde Elena estaba de pie, dándoles espacio, pero observándolos. Pido que tú seas feliz otra vez y que Elena nunca se vaya. Diego no pudo evitarlo. Las lágrimas finalmente salieron. Abrazó a Sofía con fuerza, escondiéndola contra su pecho para que no viera que estaba llorando. “Lo siento”, susurró.

“Siento mucho no haber estado aquí.” Sofía lo abrazó de vuelta con sus bracitos pequeños. No llores, papi. Elena dice que está bien llorar, pero no quiero que estés triste. Diego se separó un poco y le limpió las lágrimas a su hija antes de limpiarse las suyas. No estoy triste. Estoy agradecido. Sofía inclinó la cabeza.

¿Por qué? Porque tengo una hija que se preocupa por mí, incluso cuando yo no he hecho un buen trabajo preocupándome por ella. Diego la besó en la frente. Pero eso va a cambiar, te lo prometo. Sofía sonrió. Eso significa que vamos a hacer más cosas juntos. Muchas más cosas. Diego le limpió una lágrima que había quedado en su mejilla. ¿Qué te gustaría hacer? Sofía pensó por un momento.

Quiero que pongamos un árbol de Navidad como antes. Diego sintió una punzada de dolor, pero esta vez no huyó de ella. Está bien, lo haremos hoy. Sofía preguntó con esperanza. Hoy confirmó Diego. Elena se acercó y se agachó junto a ellos. Todo bien por aquí. Sofía se lanzó a abrazarla. Papá dice que vamos a poner árbol de Navidad. Elena miró a Diego por encima de la cabeza de Sofía. Él asintió.

Los tres se quedaron ahí junto al lago, formando un círculo extraño, pero necesario. Después de alimentar a los patos, fueron a comer helado a una heladería cerca de Polanco. Sofía pidió de chocolate con chispas. Elena pidió de fresa. Diego pidió de vainilla porque era lo más seguro, aunque Sofía insistió en que probara el de ella. Está más rico, papá.

Tienes que ser más aventurero. Elena Río. Tu hija tiene razón. Diego probó el helado de chocolate y tuvo que admitir que estaba mejor que el suyo. Sofía se veía triunfante. Después del helado, caminaron por Reforma para ver los árboles de Navidad que decoraban el paseo. Sofía iba en medio, tomada de la mano de ambos, señalando cada árbol y diciendo cuál le gustaba más.

Diego observaba como Elena interactuaba con su hija, la forma en que se agachaba para escuchar cada cosa que Sofía decía. la forma en que nunca la apura, ni le decía que algo era tonto o sin importancia, la forma en que la trataba como a una persona completa y no solo como a una niña. En algún momento, Sofía se adelantó para ver más de cerca un árbol particularmente grande.

Elena y Diego se quedaron atrás caminando en silencio. “Gracias”, dijo Diego finalmente. Elena lo miró. ¿Por qué? por hoy, por dejarme ser parte de esto. Elena sonrió suavemente. Es tu hija, Diego. Siempre ha sido parte de esto. Solo necesitabas darte permiso para estarlo. Diego asintió. Tenías razón.

Sobre todo he estado escondiéndome del dolor pensando que así protegía a Sofía, pero solo la estaba lastimando más. Elena se detuvo y lo miró directamente. El dolor no desaparece porque lo ignores, solo se transforma en algo peor, en distancia, en silencio, en paredes que terminan separándote de las personas que amas.

Diego sintió que cada palabra era una verdad que había estado evitando. ¿Cómo aprendiste eso? Elena miró hacia Sofía, que seguía admirando el árbol. Perdí a mi hermano cuando tenía 12 años. Me sentí culpable durante años porque se suponía que debía estar cuidándolo. Mi familia nunca habló de eso. Solo empacamos el dolor y seguimos adelante como si nada hubiera pasado.

Pero el dolor no empacado no desaparece, solo se pudre desde adentro. Diego la miró con nueva comprensión. Por eso eres tan buena con Sofía, porque sabes lo que es vivir con un duelo que nadie te deja procesar. Elena asintió. Por eso no puedo quedarme si solo es por obligación o culpa.

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