Sofía te necesita y yo dejó la frase sin terminar porque no estaba seguro de cómo completarla sin revelar demasiado. Elena esperó. Diego tomó otro sorbo de café antes de continuar. Quiero que te quedes. No solo por Sofía, sino porque creo que eres la única persona en esta casa que nos ha estado manteniendo cuerdos a los dos. Elena bajó la mirada hacia su taza.
No puedo quedarme si solo es porque sientes culpa. Diego frunció el ceño. No es culpa. Es que finalmente estoy viendo lo que debía haber visto desde hace meses. Que eres más que solo una empleada para esta familia, que Sofía te ama y que tú la amas a ella. Elena levantó la vista.
Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. La amo como si fuera mía. Y por eso es tan difícil quedarme sabiendo que nunca lo será, que siempre voy a ser solo la niñera que puede ser reemplazada cuando ya no sea conveniente. Diego sintió el peso de esas palabras. No quiero reemplazarte. Elena sonrió con tristeza.
Pero lo harás eventualmente cuando conozcas a alguien, cuando reacas tu vida, porque eso es lo que deberías hacer, Diego, seguir adelante. Y cuando lo hagas, yo voy a tener que irme de todas formas. Así que tal vez es mejor hacerlo ahora, antes de que duela más. Diego quiso rebatir eso, pero no pudo porque ella tenía razón.
¿Qué quieres que haga? Elena se limpió una lágrima que había escapado. Solo quiero mi último día con Sofía. Eso es todo lo que pido. Diego asintió lentamente. Está bien, pero cuando ese día termine quiero que hablemos los dos. Sin Sofía, sin interrupciones. Quiero que me digas que necesitas para quedarte y voy a hacer todo lo que esté en mi poder para dártelo.
Elena lo miró durante un largo momento, luego asintió. Está bien. El sonido de pasos pequeños los interrumpió. Sofía apareció en la puerta de la cocina con su pijama de unicornios y el cabello alborotado. “Buenos días”, dijo con voz dormida. Luego vio a su padre y sus ojos se abrieron con sorpresa.
“Papá, ¿qué haces aquí?” Diego sintió una punzada de dolor al darse cuenta de que era tan extraño verlo en la cocina por la mañana que su propia hija se sorprendía. “Preparé café. ¿Quieres desayunar conmigo?” Sofía miró a Elena como pidiéndole permiso. Elena le sonrió. “Ve con tu papá. Yo voy a preparar algo rico.” Sofía caminó hacia Diego con timidez. Él la levantó y la sentó en uno de los bancos altos junto a la barra.
La niña balanceaba las piernas mientras lo observaba. “¿No tienes que ir a trabajar?” Diego negó con la cabeza. Hoy voy a llegar tarde. Quería pasar tiempo contigo antes de que te fueras con Elena. Sofía sonrió. De verdad, de verdad. Diego le revolvió el cabello. Entonces, cuéntame qué van a hacer hoy. Sofía comenzó a hablar con entusiasmo sobre los planes que tenía con Elena.
El parque, el helado, los árboles de Navidad en Reforma. Diego la escuchaba, realmente la escuchaba y se dio cuenta de cuánto se había estado perdiendo. Elena preparó hotques con chispas de chocolate, los favoritos de Sofía. Los tres desayunaron juntos en una escena que habría parecido normal en cualquier otra familia, pero que en la suya se sentía extraordinaria. Después del desayuno, Elena subió con Sofía para vestirla.
Diego se quedó en la cocina lavando los platos porque no sabía qué más hacer con las manos. Su teléfono sonó. Era su asistente preguntando por la reunión de las 9. Diego miró el reloj. Eran las 8:30. Cancélala, escribió. Todo, incluyendo la videoconferencia con Miami, todo. Diego guardó el teléfono.