Solo quiero tener un último recuerdo con ella antes de desaparecer de su vida. Diego sintió que el nudo en su pecho se apretaba más. Un día Elena asintió. Un día. Diego no sabía por qué aceptó. Tal vez porque en el fondo sabía que Sofía también necesitaba esa despedida. O tal vez porque una parte de él, una parte que se negaba a reconocer, también la necesitaba. Está bien, mañana.
Pero pasado mañana no vienes. Elena se puso de pie. Gracias. Tomó el sobre de la mesa y salió del despacho sin decir nada más. Diego se quedó solo mirando la puerta cerrada, preguntándose por qué sentía que acababa de cometer el error más grande de su vida. Elena subió a su habitación en el ala de servicio con el sobre aún cerrado entre las manos.
No lo abrió. No necesitaba ver los números para saber que Diego había sido generoso. Siempre lo era con todo lo que podía resolverse con dinero. Se sentó en la orilla de la cama individual y miró alrededor. 14 meses viviendo en ese cuarto pequeño pero luminoso. 14 meses que habían significado más para ella de lo que Diego podría imaginar.
Cuando aceptó el trabajo, lo hizo porque necesitaba el dinero. Su madre en Oaxaca necesitaba tratamiento para la diabetes y los hospitales públicos no eran suficiente. Elena había dejado su pueblo, su familia, su vida para venir a la ciudad a cuidar de los hijos de otros mientras los suyos quedaban atrás. Pero Sofía había sido diferente.
Desde el primer día, cuando la niña la miró con esos ojos grises llenos de desconfianza y dolor, Elena supo que ese trabajo sería distinto. Sofía no era solo una niña rica y malcriada como tantas otras que había cuidado. Era una niña rota tratando de entender porque su mamá ya no estaba.
Y Elena entendía ese dolor mejor que nadie porque ella también había perdido a alguien. Su hermano menor, Miguel, había muerto a los 7 años ahogado en el río cerca de su pueblo. Elena tenía dos entonces y se suponía que debía estar cuidándolo. Pasó años cargando esa culpa hasta que aprendió que algunas cosas simplemente pasan y no hay nadie a quien culpar.
Pero el dolor nunca desaparece completamente, solo aprendes a vivir con él. Por eso sabía exactamente que necesitaba Sofía. No necesitaba que le mintieran diciendo que todo estaría bien. Necesitaba que alguien le dijera la verdad, que su mamá no iba a volver, pero que el amor que sentía por ella podía quedarse para siempre, que extrañarla estaba bien, que llorar estaba bien, que seguir viviendo también estaba bien.
Elena se levantó y guardó el sobre en el cajón de la mesita de noche. No pensaría en eso ahora. tenía un último día con Sofía y no iba a desperdiciarlo lamentándose. Esa tarde, cuando fue a recoger a Sofía de la escuela, la niña salió corriendo hacia ella con una enorme sonrisa. Elena, mira lo que hice en clase.