Le mostró un adorno navideño hecho con palitos de madera y brillantina. Es una estrella para el árbol. Elena tomó la estrella con cuidado. Es preciosa. La vamos a guardar en un lugar especial. Sofía bajó la voz. ¿Crees que papá ponga árbol este año? Elena miró a la niña. La esperanza en esos ojos grises era tan frágil que dolía. No lo sé, mi amor.
Pero si no lo hace, no es porque no te quiera. A veces los adultos necesitamos tiempo para sanar. Sofía asintió con seriedad, como cuando me caí de la bicicleta y me raspé la rodilla. Me dolió mucho, pero después se curó. Exacto. Elena le tomó la mano. Vamos a casa.
Durante el camino de regreso, Sofía habló sin parar sobre su día. Su amiga Valentina le había prestado sus colores nuevos. La maestra les había leído un cuento sobre Renos. Un niño de su clase dijo que Santa no existía, pero ella no le creyó porque su mamá siempre le dijo que la magia existe si crees en ella. Elena escuchaba cada palabra grabando todo en su memoria.
Mañana sería su último día con esta niña que había llegado a amar como si fuera suya y luego desaparecería de su vida como si nunca hubiera existido. Cuando llegaron al Pentou, Diego aún no había regresado. Elena preparó la merienda de Sofía y se sentó con ella en la mesa de la cocina mientras la niña comía galletas con leche. Elena preguntó Sofía de repente.
¿Tú también perdiste a alguien? Elena se quedó quieta. Sofía nunca había preguntado algo así antes. ¿Por qué preguntas eso? Porque a veces te pones triste cuando yo hablo de mi mamá. Como si tú también extrañaras a alguien. Elena sintió un nudo en la garganta. La percepción de los niños siempre la sorprendía.
Sí, mi amor. Perdí a mi hermano cuando era niña. Sofía la miró con los ojos muy abiertos. ¿Y te pusiste muy triste? Mucho. Pensé que nunca iba a dejar de doler. Y dejó de doler. Elena sonrió con tristeza, no completamente, pero aprendí a recordarlo con amor en lugar de solo con tristeza. Ahora cuando pienso en él, sonrío más de lo que lloro. Sofía sintió pensativa.
Yo quiero ser así. Quiero poder pensar en mi mami y sonreír. Elena extendió la mano y tomó la pequeña mano de Sofía. Lo vas a lograr. Te lo prometo. Y cuando lo logres, tu mami va a estar orgullosa de ti. La puerta principal se abrió y Diego entró con el maletín en una mano y el teléfono en la otra. Venía hablando con alguien sobre porcentajes y cláusulas contractuales.
Ni siquiera levantó la vista cuando pasó frente a la cocina camino a su despacho. Sofía lo vio irse y su sonrisa se apagó un poco. Papá siempre está ocupado. Elena apretó su mano. Él te ama mucho, Sofía. solo está tratando de hacer todo lo que puede para cuidarte, pero nunca juega conmigo. Elena no supo que respondera eso porque Sofía tenía razón.
Diego proveía todo lo material que su hija necesitaba, pero había construido un muro tan alto alrededor de sus emociones que ni siquiera su propia hija podía atravesarlo. Esa noche, Elena bañó a Sofía y la ayudó a ponerse la pijama. Cuando la niña estuvo lista para dormir, se metió bajo las cobijas y miró a Elena con esos ojos que siempre veían demasiado.