Tras el despido, la niñera pidió un último día… hasta que la niña reveló algo al padre millonario y…

ras el despido, la niñera pidió un último día hasta que la niña reveló algo al padre millonario y Diego Morales sostenía el sobre blanco entre sus manos como si fuera una sentencia. Lo había preparado la noche anterior después de 3 horas encerrado en su despacho, revisando números que no mentían.

La carta de despido estaba redactada con la formalidad que exigía su posición, pero también con la frialdad que había aprendido a usar como armadura. Liquidación completa, carta de recomendación impecable. 3 meses de salario adicional como compensación. Todo estaba ahí, todo menos la verdad de porque le temblaban las manos.

Eran las 7 de la mañana y la casa aún dormía en esa quietud que precedía al caos diario. Diego bajó las escaleras del pentanco con el sobreado en el bolsillo interior de su saco. Afuera, la Ciudad de México comenzaba a despertar entre el ruido del tráfico y las luces navideñas que aún decoraban el paseo de la reforma. Faltaban solo tres días para Navidad y él no había comprado un solo regalo.

No había puesto un árbol, no había hecho nada que recordara que alguna vez esta fecha significó algo para su familia. Entró a la cocina y se sirvió café. El líquido oscuro llenó la taza de porcelana blanca que Mariana había comprado en Puebla durante uno de sus últimos viajes juntos. Dos años. Hacía dos años que ella había muerto y Diego seguía usando sus tazas, durmiendo en su lado de la cama, evitando mirar las fotografías que aún colgaban en el pasillo.

Escuchó pasos ligeros bajando las escaleras. Pasos que conocía demasiado bien. No eran los de su hija Sofía, eran los de Elena. Elena Vega apareció en la puerta de la cocina con su uniforme azul marino impecable, el cabello oscuro recogido en un moño bajo y esa sonrisa amable que llevaba puesta como parte de su trabajo. Había algo en ella que siempre lo incomodaba.

No era su profesionalismo, que era intachable. No era su trato con Sofía, que era ejemplar. Era la forma en que lo miraba, como si pudiera ver más allá de la fachada que él había construido tan cuidadosamente. “Buenos días, señor Morales”, dijo ella mientras se dirigía a la cafetera. “¿Necesita que plipera algo para el desayuno?” Diego negó con la cabeza. “Ya comí.

” Elena asintió y comenzó a preparar el desayuno de Sofía. Avena con fresas y miel, pan tostado cortado en triángulos. Jugo de naranja recién exprimido, todo exactamente como a la niña le gustaba. Diego la observó moverse por la cocina con la eficiencia de quien conoce cada centímetro de un espacio.

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