Tras el despido, la niñera pidió un último día… hasta que la niña reveló algo al padre millonario y…

Elena llevaba 14 meses trabajando para él, 14 meses cuidando de Sofía con una dedicación que iba más allá del deber. 14 meses convirtiéndose en algo que Diego no podía permitir que fuera. Señor Morales. La voz de Elena lo sacó de sus pensamientos. Necesito hablar con usted cuando tenga un momento. Diego sintió que el sobre en su bolsillo pesaba más.

Yo también necesito hablar contigo. Después de llevar a Sofía a la escuela, Elena lo miró con una expresión que no supo descifrar. Está bien. Subió a despertar a Sofía y Diego se quedó solo en la cocina, apretando la taza entre sus manos. Había tomado la decisión correcta, tenía que ser la correcta. Su madre había sido clara la noche anterior durante la videollamada desde Monterrey.

Diego, esa muchacha se está encariñando demasiado con la niña y la niña con ella. No es sano. Sofía necesita estabilidad, no alguien que va a irse eventualmente. Necesita familia, necesita que traigas a alguien que se quede. Su madre tenía razón, siempre la tenía. Elena era empleada, una empleada excelente, pero empleada al fin.

Y las empleadas se iban, renunciaban, encontraban mejores oportunidades, se casaban, se mudaban y cuando eso pasara, Sofía volvería a romperse. Mejor terminar esto ahora, antes de que el daño fuera mayor, antes de que su hija se aferrara más, antes de que él mismo se aferrara más. El sonido de risas bajando las escaleras interrumpió sus pensamientos.

Sofía apareció de la mano de Elena, vestida con su uniforme escolar, el cabello rubio trenzado con listones rojos. La niña de 5 años sonreía de una forma que Diego no recordaba haber visto en meses. Elena, mira, le mostró un dibujo que había hecho la noche anterior. Es nuestra casa, pero con nieve, como en las películas. Elena se agachó a la altura de la niña y estudió el dibujo con atención genuina.

Es hermoso, mi amor. Mira qué bien dibujaste el árbol de Navidad. Sofía bajó la mirada. No tenemos árbol de Navidad. Elena miró a Diego por un segundo antes de volver su atención a la niña. Bueno, pero podemos dibujarlo, ¿no? En los dibujos podemos tener lo que queramos. Diego sintió una punzada de culpa.

No había puesto árbol porque no podía, porque el último árbol lo habían decorado Mariana y Sofía juntas y la idea de hacerlo sin ella le parecía una traición. Pero Sofía no entendía eso. Solo veía que todos los demás niños tenían árboles y ella no. Apúrate, Sofía. Vas a llegar tarde, dijo Diego con más dureza de la necesaria. La niña dejó el dibujo sobre la mesa y se sentó a desayunar en silencio.

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