Ekaterina permaneció inmóvil. Ella, que antes se había reído de mis lágrimas, de mis fracasos, ahora se veía privada de cualquier ventaja. Vi crecer su confusión interior. La confusión, la envidia y la incomprensión brillaban en sus ojos. Estaba acostumbrada a ser la ganadora, siempre la primera, siempre la mejor. Pero ahora se enfrentaba a algo que no podía prever: mi nueva vida, mi confianza y el hecho de que Maxim me hubiera elegido.
Me permití sonreír aún más, ya no por triunfo, sino porque me sentía realmente yo misma. Vi a Ekaterina luchando por recomponerse, pero fue en vano. Con cada movimiento tranquilo que hacía, con cada mirada que Maxim me dirigía, ella perdía el control de la situación.
El cortejo fúnebre continuaba, la gente susurraba, algunos nos miraban, pero yo apenas los noté. Toda mi atención estaba centrada en que, aquí y ahora, volvía a sentir amor y protección. Maxim me dijo unas palabras, en voz baja, para que Ekaterina pudiera oírlas.
Ala:
— Estoy contigo. Siempre contigo.
Estas palabras, sencillas y serenas, fueron como un trueno para Katerina. No esperaba que Maxim estuviera a mi lado, sonriendo y mostrando tanta emoción. Se dio cuenta de que sus años de vanidad y astucia no eran nada comparados con lo que el amor verdadero había creado.