Muchas personas mayores de cierta edad tienen en su brazo superior izquierdo una pequeña cicatriz redonda y hundida que a menudo pasa desapercibida o es confundida con una simple marca de nacimiento. Sin embargo, esta señal en la piel guarda una historia de gran importancia médica y social, y representa uno de los hitos más significativos en la lucha global contra las enfermedades.
Esa particular cicatriz proviene de la vacuna contra la viruela, una de las campañas de inmunización más extendidas y exitosas de la historia. Durante varias décadas del siglo XX, millones de personas alrededor del mundo fueron vacunadas con el objetivo de erradicar esta enfermedad infecciosa que causó incontables muertes a lo largo de los siglos. La vacuna, aplicada de forma masiva hasta finales de los años 70 en muchos países, dejaba una huella inconfundible debido a su método de administración.
A diferencia de las vacunas modernas, que suelen aplicarse con jeringas de una sola aguja, la vacuna contra la viruela se suministraba mediante una aguja bifurcada, diseñada para realizar múltiples punciones en la misma zona de la piel, generalmente entre 10 y 15. Este procedimiento provocaba una leve reacción en el área, que solía inflamarse y desarrollar una costra. Una vez curada, la zona dejaba como resultado una cicatriz circular y deprimida, que con el tiempo se convirtió en una característica reconocible para toda una generación.