El uso masivo de esta vacuna fue discontinuado entre los años 1972 y 1980, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que la viruela había sido oficialmente erradicada. Gracias a esa decisión histórica, hoy el virus que causaba esta enfermedad ha desaparecido por completo en la naturaleza. Desde entonces, la vacuna solo se aplica en casos muy específicos, como a ciertos trabajadores de laboratorio o personal militar que podría estar expuesto a versiones manipuladas del virus.
Una de las dudas más frecuentes es si esta cicatriz puede confundirse con la marca que deja la vacuna BCG, utilizada contra la tuberculosis. Aunque ambas dejan huellas en la piel, existen diferencias claras: la cicatriz de la BCG suele ser más elevada y a veces se ubica en el brazo derecho, mientras que la de la viruela es más profunda, circular y generalmente está en el brazo izquierdo.
Además de su valor como símbolo histórico, esta marca podría seguir teniendo relevancia médica. Algunos estudios recientes han planteado que aquellas personas que recibieron la vacuna contra la viruela en su infancia podrían conservar cierta inmunidad cruzada frente a otros virus emparentados, como el que provoca la viruela del mono. Si bien esta hipótesis aún está en evaluación, refuerza la importancia de las campañas de vacunación y su impacto a largo plazo.
Llevar esta cicatriz es, en cierto sentido, como portar un testimonio en la piel de un momento crucial en la historia de la medicina. Es un recordatorio visible de cómo la ciencia, a través del esfuerzo colectivo, logró contener y eliminar una de las enfermedades más devastadoras que haya conocido la humanidad.
Así que, si notas esta marca en tu brazo o en el de algún familiar mayor, ahora sabes que no es solo una cicatriz, sino una evidencia de que fueron parte de una generación que colaboró, sin saberlo, en uno de los mayores logros sanitarios de todos los tiempos.