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Primera noche
La primera noche después del descubrimiento, Thiago no pudo dormir. Escuchó a Ana mecer a los bebés y, por primera vez en meses, oyó silencio, interrumpido solo por los suaves ronquidos de los gemelos. Pensó en lo poco que sabía sobre el cuidado, en cómo el dinero y la experiencia no sustituyen un alma capaz de escuchar a los demás.
Entró en la habitación de los niños, casi sin respirar, para no perturbar la paz. Ana notó su mirada, sonrió y asintió, como diciendo: «No te preocupes, todo está bajo control». Su calma era contagiosa. Thiago se sentó en una silla, observándola mientras acostaba a los niños en silencio. Y por primera vez, sintió alivio, una sensación que durante mucho tiempo había creído inalcanzable.
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El secreto de Ana
Al día siguiente, cuando Thiago reunió el valor suficiente, decidió averiguar más sobre la mujer que había cambiado su vida en tan solo una semana. Preguntó a sus vecinos y revisó sus antiguas cartas de recomendación. Todos describían a Ana como increíblemente dedicada, honesta y cariñosa, con una asombrosa capacidad para calmar a los niños.
Descubrió que ella misma había crecido en circunstancias difíciles, una madre soltera obligada a asumir la responsabilidad de sus hermanos menores desde muy temprana edad. Ella conocía el miedo, el hambre y la ansiedad, y tal vez esto le enseñó a ser sensible y atenta a las más mínimas manifestaciones de la vida.
Thiago se dio cuenta de que su sencillez escondía una fuerza increíble. Ana no tenía títulos, pero poseía algo que no se podía comprar: la capacidad de sentir y comprender a los niños, de confiar en ellos y de ganarse su confianza.