Teresa nunca pensó que su vida

Las tardes estaban llenas de música y risas. Los sonidos de canciones tradicionales se entrelazaban con los consejos de mujeres mayores, hablando de matrimonio, fidelidad y valores familiares. Teresa absorbía cada palabra, cada gesto, cada mirada, y un sentimiento de pertenencia, una acogedora armonía que nunca antes había experimentado, crecía en su corazón.

Eduardo estaba presente en todo momento. Su cariño se notaba en los pequeños detalles: le tomaba la mano cuando estaba nerviosa, la ayudaba a elegir su ropa y, lo más importante, la miraba con tanta calidez que a Teresa le daba un vuelco el corazón. A veces, una ligera preocupación aparecía en su mirada, apenas perceptible, como si presintiera algo importante, pero Teresa lo atribuía a los nervios previos a la boda.

Con cada día que pasaba, se sumergía más y más en la vida de la nueva ciudad. Los rascacielos modernos se alzaban junto a antiguas mezquitas, y los cafés y boutiques de moda se encontraban junto a bulliciosos bazares donde los vendedores ofrecían especias, etc.

Kani y joyas. Todo le parecía cautivador, como si estuviera en una película donde cada escena era brillante, rica y emotiva.

Los preparativos para la ceremonia fueron tensos pero alegres. Teresa se probó un vestido que parecía una obra de arte: capas de tela ligera brillaban con la luz, y el bordado relucía como los rayos de arena del amanecer. Cada accesorio, cada detalle, fue cuidadosamente seleccionado para resaltar su belleza y la singularidad del momento.

Pero el corazón de Teresa a veces latía con una ligera inquietud. No tenía una causa específica, solo una sensación como si la felicidad siempre estuviera ensombrecida por un pequeño escalofrío de incertidumbre. Intentaba ignorarlo, porque la felicidad parecía demasiado real para dudar.

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