Teresa nunca imaginó que su vida pudiera cambiar tan repentinamente. Toda su vida adulta, había vivido al ritmo de las rutinas habituales, donde cada mañana era igual: una taza de café, las prisas por ir al trabajo, reuniones con colegas y tardes llenas de pequeñas preocupaciones. Su mundo era acogedor pero predecible, como libros cuidadosamente ordenados en los estantes de una vieja biblioteca.
Creció en una familia que valoraba la tradición y la estabilidad. Sus padres siempre le enseñaron que la felicidad llega poco a poco, paso a paso, y que el amor verdadero es un bien escaso que no debe ser puesto a prueba por el destino. Pero Teresa siempre soñó con más. Quería experimentar el sabor de la aventura, el aroma de ciudades extranjeras y el bullicio de calles bulliciosas, donde cada día traía nuevos encuentros y eventos.
Cuando oyó hablar de Dubái, una ciudad de contrastes y lujo, su corazón se emocionó. Como un imán, se sintió atraída por la imagen de interminables extensiones de arena, rascacielos brillando al sol y la mezcla cultural de la antigüedad y la modernidad. Pero ni en sus sueños más locos imaginó que el destino la traería aquí tan rápido y cambiaría su vida de forma tan drástica.
Todo comenzó con un único encuentro. Eduardo, un millonario árabe, un hombre con un encanto que cautivaba y perturbaba a la vez, apareció en su vida inesperadamente, como un torbellino. Su presencia era sutil pero palpable: cada palabra, cada movimiento parecía cuidadosamente planeado, y sus ojos, llenos de energía y confianza, parecían ver a través de ella.
Este encuentro fue el inicio de una cadena de acontecimientos que revolucionaría la vida de Teresa. Antes de que pudiera comprenderlo, un amor tan brillante se había instalado en su corazón que iluminaba cada rincón de su alma, transformando los días ordinarios en un caleidoscopio de emociones y la gris cotidianidad en una serie de momentos inolvidables.
Y ahora, en el umbral de una nueva vida, Teresa sentía no solo la anticipación de la felicidad, sino también una ligera inquietud ante lo desconocido. Su boda con Eduardo fue como un portal a otro mundo: un mundo donde el lujo coexistía con la tradición, y el amor podía ser dulce y peligroso a la vez.
No sabía que este nuevo mundo le aguardaba pruebas que la cambiarían para siempre, y que un solo error o accidente podría costarle caro. Pero en ese momento, mientras el corazón de Teresa latía al ritmo de sus emociones, se permitió creer: la felicidad la esperaba, brillante y deslumbrante, como las infinitas arenas de Dubái al amanecer.