Y aun así, sobrevivimos.
Perseveramos.
Ganamos.
Hice todo lo posible para asegurarme de que mis hijos crecieran no como la pesada sombra de mi pasado, sino como la luz de mi futuro.
Pero el pasado… siempre sabe cuándo regresar.
Y siempre viene por lo que una vez perdió.
DESARROLLO
1. Un camino de dieciséis años
Los primeros años parecían un túnel sin salida. Los días se convertían en una cadena de tareas idénticas: preparar la fórmula, lavar la ropa, ir al trabajo, acostarse, levantarse, volver a correr.
Logré terminar la escuela gracias a los turnos de noche, las noches sin dormir y a los profesores que al principio me veían como una advertencia social para los demás estudiantes.
Pero mis hijos crecieron: dos brotes delgados que se extendían hacia el sol. Noah: silencioso, atento, siempre pensando dos pasos por delante. Liam: directo, apasionado, audaz, como si hubiera heredado esa sonrisa segura que una vez destrozó mi vida.
Cuando cumplieron dieciséis años, los aceptaron en un prestigioso programa de preparación universitaria: becas, viajes, mentores personales, una oportunidad real de entrar en un futuro libre de las cadenas que me habían oprimido en mi juventud.
Lloré esa noche, mirando sus documentos.
No de debilidad, sino de alivio.
Pensé que por fin habíamos superado la peor parte del viaje.