Que ya nada nos amenazaba.
Me equivocaba.
2. El martes que lo rompió todo
Ocurrió un martes.
Un día perfectamente normal, uno de esos días en los que no se espera una tragedia.
Regresé tarde: me había quedado hasta tarde en el trabajo cubriendo a un compañero cuyo hijo estaba enfermo. Llovía, tenía las botas mojadas, los dedos de los pies entumecidos y la factura de la luz me daba vueltas en la cabeza.
Abrí la puerta y al instante sentí que algo andaba mal.
La casa siempre era ruidosa. Los chicos discutían, reían, intercambiaban bromas y se turnaban para compartir el estéreo.
Pero esa noche, me recibió el silencio.
Aterrador, desconocido.
Noah y Liam estaban sentados en el sofá, como dos personas que acabaran de escuchar un veredicto. Sus rostros estaban pálidos y tensos, sus ojos rojos.
“¿Qué pasó?”, pregunté, quitándome la chaqueta.
Liam habló primero. Pero su voz era extraña, fría, como si le hablara a una pared, no a mí.
“Mamá… ya no podemos vernos.”
Contuve la respiración.
“¿Qué dices? Esto no tiene gracia.”
Noah se giró bruscamente, como si le doliera mirarme.