Esperanza había organizado cada ingrediente con una metodología que habría impresionado a cualquier científico. Rodrigo bajó a supervisar los preparativos y se quedó desconcertado. En lugar del caos que esperaba ver de una simple cocinera, encontró una operación que parecía dirigida por un general de brigada. “¿Qué diablos está haciendo?”, preguntó, observando cómo Esperanza medía especias con una balanza digital de precisión. Preparando la cena, señor Mendoza”, respondió tranquilamente, sin levantar la vista de un cuaderno donde anotaba fórmulas que parecían ecuaciones matemáticas.
“¿Y eso qué es?”, señaló hacia varios frascos etiquetados con nombres en latín. Extractos naturales que potencian los sabores. Capsicumanum concentrado para realzar el pimentón. Alium cepa deshidratado para intensificar la cebolla sin agregar humedad. Rodrigo frunció el seño. El vocabulario de esperanza había cambiado completamente desde la mañana. Habla como si fuera química. Esperanza se tensó dándose cuenta de su error. Perdón, señor. Mi difunto esposo era muy inteligente, me enseñó algunas cosas. Su esposo era científico. Era en profesor, mintió a medias.
En realidad había sido colega suyo en la universidad durante 20 años. Rodrigo se encogió de hombros y se fue, pero algo no le cuadraba. A las 7 llegó Isabela Mendoza en su Mercedes AMG plateado, acompañada de sus invitados, el embajador de Francia, el director del Museo del Prado, un famoso crítico gastronómico del país y otras personalidades de la alta sociedad madrileña. Rodrigo querido le susurró Isabel al oído. Esta cena tiene que ser perfecta. El embajador está considerando nuestras bodegas para el próximo banquete del eleo.
Tranquila, contrate una cocinera particular. Lo que siguió fue una exhibición culinaria que dejó a todos sin palabras. Primer plato, gazpacho andaluz de construido con esferas de tomate, aceite de oliva virgen extramolecular y migas de pan de ajo criogenizadas. Extraordinario, exclamó el embajador. Nunca había probado una textura tan innovadora, manteniendo el sabor tradicional. Segundo plato, paella valenciana con arroz bomba, tratado con técnica de subid, azafrán encapsulado que se liberaba al contacto con la saliva y mariscos con punto de cocción calculado al segundo.
El crítico gastronómico dejó el tenedor sobre la mesa. Rodrigo, ¿de dónde sacaste a este chef? Esta técnica molecular está al nivel de los mejores restaurantes Micheline de Europa. Rodrigo sonrió orgulloso, aunque por dentro estaba completamente confundido. Había contratado a una señora mayor para hacer comida casera, no para crear arte culinario. Tercer plato, cordero lechal con reducción de vino Rivera del Duero, calculada para complementar exactamente los taninos, acompañado de verduras con texturas que cambiaban en cada bocado. “¡Imposible”, murmuró la directora del Museo del Prado.