“¡TE DOY MIL DÓLARES SI ME ATIENDES EN INGLÉS!” SE BURLÓ EL MILLONARIO… LO QUE ELLA DIJO CAMBIÓ TODO

Mientras tanto, en la mesa, Eric abría el sobre del recibo, dejaba el dinero justo y debajo un pequeño papel doblado con una frase escrita a mano. No todos los idiomas se hablan con palabras. Valeria lo encontró minutos después y por primera vez sintió que aquel hombre, el mismo que la había humillado, estaba empezando a aprender a escuchar. Los días siguientes trajeron un aire distinto al Luna de Polanco.

Los empleados notaban la calma nueva en el ambiente, aunque nadie se atrevía a comentarlo. Eric Vonbauer seguía visitando el restaurante, pero ya no como el hombre que mandaba, sino como alguien que aprendía a observar. Y Valeria Torres, a pesar de intentar mantenerse distante, empezaba a descubrir que el silencio de aquel cliente se sentía menos pesado que antes.

Aquella tarde, el cielo de la Ciudad de México se tiñó de gris. La lluvia golpeaba los ventanales, llenando en lugar de un sonido suave que mezclaba nostalgia y paz. Eric bebía su café mientras Valeria servía otra mesa. De vez en cuando cruzaban miradas breves, casi tímidas, como si ambos temieran romper algo que recién comenzaba a construirse.

Camila se acercó con disímulo. Vale, ¿te das cuenta de que él viene solo para verte? Susurró sonriendo. Valeria la miró con calma. No digas eso, Cami. No es así. Entonces, ¿por qué te tiembla la mano cada vez que pasa? Valeria bajó la mirada. No quería admitir que en el fondo algo en ella había cambiado. No era atracción, al menos no todavía.

Era algo más difícil de explicar, la sensación de que por primera vez alguien la miraba sin subestimarla. Esa tarde el restaurante recibió una visita inesperada. Lucía Treviño, la dueña del local. Mujer elegante, de voz firme, acostumbrada a mantener el control. Su presencia bastó para que todos enderezaran la postura.

Camila dijo en tono bajo, “necesito hablar contigo en privado.” Minutos después, en la oficina del fondo, la conversación fue tensa. “Me han llegado comentarios sobre un incidente con el señor Von Bauer,” empezó Lucía, “y ahora me dicen que él viene todos los días a verla.” Camila tragó saliva. “No hay nada inapropiado, señora. Solo una situación malentendida que ya se resolvió.

Espero que así sea respondió la dueña. No podemos permitir que la imagen del restaurante se vea comprometida. Esa misma noche, Valeria fue llamada a la oficina. Lucía la recibió con una sonrisa cortés. Señorita Torres, usted es una excelente empleada, pero necesito recordarle algo. Aquí servimos. No establecemos relaciones con los clientes. Valeria se mantuvo erguida.

No hay ninguna relación, señora, solo educación. Lo espero, contestó Lucía, aunque la educación a veces también puede confundirse con interés. Cuando Valeria salió de la oficina tenía el corazón oprimido. Camila la esperaba afuera. ¿Te habló mal?, preguntó. No, peor. Me habló con amabilidad.

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