respiración, no vio que desde la distancia Eric la observaba salir del restaurante con la certeza incómoda de que esa historia aún no había terminado. A la mañana siguiente, el sol bañaba las calles de Polanco con una luz dorada. El bullicio de los autos y el aroma del pan recién horneado llenaban el aire.
Valeria Torres caminaba rumbo al restaurante con paso tranquilo, como si nada hubiera pasado la noche anterior, pero dentro de ella algo había cambiado. En el camino compró un pan dulce para su hermano Mateo, quien la esperaba en casa antes de ir a la escuela. El niño sonreía mientras la escuchaba contar historias de idiomas y países lejanos.
“¿Sabes qué significa thank you, Mateío?”, preguntó ella. “Gracias”, respondió él orgulloso. “Eso es, le acarició el cabello. Nunca olvides que las palabras pueden construir o destruir.” Cuando llegó a Luna de Polanco, los rumores ya corrían. Los meseros murmuraban entre ellos con una mezcla de admiración y miedo. Dicen que lo dejó mudo susurró uno.
Y que habló inglés mejor que él, agregó otro. Camila la recibió con un gesto nervioso. Vale. Me llamaron de la administración. Dicen que el señor Von Bauer pidió hablar contigo si volvía. Valeria arqueó las cejas sorprendida. Volver después de lo que pasó. No lo sé. Pero su chóer llamó hace una hora.
El día transcurrió lento con esa tensión que se siente cuando algo está a punto de pasar. El reloj marcaba a las 2 de la tarde cuando un auto negro se detuvo frente al restaurante. De él bajó Eric Von Bauer, traje oscuro, gafas, la expresión contenida. Entró sin mirar a nadie y pidió una mesa en la esquina, lejos de las miradas curiosas. Los empleados intercambiaron gestos de alarma.
Camila se acercó con cautela. ¿Desea que le asigne a otro mesero, señor? No, quiero que me atienda ella. Su voz fue firme, sin espacio para discusión. Valeria lo observó desde la distancia. Su instinto le decía que evitara esa mesa, pero algo dentro de ella, una mezcla de orgullo y serenidad, la impulsó a caminar hacia él. “Buenas tardes, señor Vonbauer.
” dijo con el mismo tono profesional de siempre. ¿Qué desea ordenar hoy? Él levantó la vista, solo un café negro sin azúcar. Pausó un segundo antes de agregar y una conversación si no te molesta, ella sostuvo la bandeja entre las manos. Depende del tema. Eric esbozó una sonrisa breve. De ayer. ¿De cómo lograste hacer que todo el restaurante se volviera en mi contra en 5 segundos? Valeria lo miró con calma.
Yo no hice nada, señor, solo hablé su idioma. Usted fue quien decidió cómo usarlo. Él bajó la mirada. Supongo que merecía eso. Tomó aire. No suelo disculparme, pero anoche me vi reflejado en algo que no me gustó. Sus palabras tomaron a Valeria por sorpresa. Por un momento, creyó ver sinceridad en sus ojos, pero no respondió. El silencio se alargó.
El aroma del café recién hecho flotó entre ambos. Eric lo tomó con ambas manos como si buscara valor en el calor de la taza. “Tú no eres solo una mesera, ¿verdad?”, preguntó al fin. Valeria sonrió apenas. “Nadie es solo nada, señor. Todos tenemos una historia, solo que algunos prefieren no escucharla.” Él asintió despacio sin saber qué decir.