Taquigrafía: cuando las palabras corrían más rápido que la tinta

Las alumnas pasaban horas repitiendo secuencias en sus máquinas de escribir Underwood o Remington, memorizando abreviaturas y practicando hasta que la velocidad de su mano igualaba la del habla. Las palabras del profesor de dictado caían como gotas de lluvia, y ellas debían atraparlas al vuelo, sin dudar, sin titubear. Un error podía significar perder una frase entera, y no había opción de “borrar y reescribir”.

Más que una técnica, la estenografía y la mecanografía eran una disciplina de esfuerzo y constancia. No cualquiera lograba alcanzar las 80 o 100 palabras por minuto que exigía el mundo laboral. Aquellas que lo conseguían, sin embargo, tenían garantizado un puesto en oficinas, tribunales o redacciones de periódicos, donde su destreza era admirada y necesaria.

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