Después de Navidad, Marites regresó a Tagaytay con las gemelas. Se instaló en una pequeña casa cerca del centro y adoptó el nombre de Mariel Saatos.
No necesitaba el reconocimiento de Adrian. Solo quería que él experimentara el mismo amargo rechazo y humillación.
Solicitó ser coordinadora de eventos en la cadena de restaurantes de Adrian. Con su nueva identidad, rápidamente se la conoció como Mariel: profesional, sólida y desenfadada. Adrián no la reconoció; al contrario, pareció seducido por el carisma de la empleada.
“Me suenas. ¿Nos conocemos?”, preguntó Adrián en la fiesta de la empresa.
Mariel sonrió, con un destello de frialdad en la mirada:
“Quizás solo sea un sueño. Pero soy de esas mujeres que se olvidan fácilmente”.
Una extraña preocupación la oprimió en el pecho.
El Descubrimiento
Semanas después, Adrián se sentía cada vez más atraído por la presencia de Mariel. Ella, por su parte, le daba pistas: la canción que escuchaba constantemente, el plato que cocinó para el cumpleaños de Marites, el verso de poesía que una vez le dedicó.
Adrián no podía permanecer indiferente. ¿Quién era realmente Mariel?
Comenzó a investigar su pasado, y los resultados revelaron: Mariel Saatos, originaria de Cebú, madre soltera de gemelas.
¿Gemelas? Un escalofrío le recorrió la espalda.
Un día, inesperadamente, fue a casa de Mariel. Al abrirse la puerta, aparecieron dos niñas. Una lo miró y le preguntó: «Tito, ¿por qué me parezco tanto a ti?».
Fue como si le hubieran echado un balde de agua helada en la cabeza.
Mariel salió y dijo: «Mira, ya ves. Ya conoces a tus hijas».
Adrián palideció.
«¿Tú… eres Marites?»