Sophie permaneció de pie unos segundos…

Sophie bajó la mirada.

— Lo sé, papá… pero si no hago algo, perderemos incluso lo poco que nos queda. El banco amenaza con quitarnos el apartamento. Peter dice que si no pagamos antes de fin de mes, nos quedamos en la calle.

— Quizás eso no sería tan malo, — dijo Edward con dureza. — A veces hay que tocar fondo para empezar de nuevo sin engaños.

— ¡No entiendes! — gritó Sophie. — Tú estás solo, vives tu vida sin responsabilidades, solo tu camión y la carretera. Pero yo tengo dos niños y otro en camino. ¡No puedo empezar desde cero!

— ¿No puedes… o no quieres? — replicó él, con la mirada helada.

Su madre se levantó de repente.

— ¡Basta ya los dos! Sois hermano y hermana, no enemigos. No perdáis el alma por culpa del dinero.

El silencio cayó como una manta pesada. Edward salió al balcón y cerró la puerta con fuerza. En la habitación solo se escuchaba el tic-tac del reloj.

La madre se acercó a Sophie.

— Te queremos, hija. Pero el amor no basta. A veces hay que aprender a pedir menos.

Sophie la abrazó y rompió a llorar. El padre observaba en silencio, consciente de que aquella discusión dejaría cicatrices en todos.

Unos días después, Edward recibió una llamada de su padre.

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