—Mi familia es… complicada —dijo—. Mi padre es dueño de una empresa de construcción muy conocida. Yo trabajé para él muchos años, hasta que descubrí ciertas irregularidades en los contratos. Le reclamé, discutimos, y me fui de casa. Desde entonces, él me considera una amenaza para su reputación.
Tragué saliva.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—Mi padre está aquí, en el aeropuerto. No sé cómo se enteró de que viajaría a Chicago para reunirme con un periodista. Quiere detenerme. Pero él no confronta a un matrimonio… dice que “las mujeres casadas ya tienen quien las controle”. Si piensa que estoy con mi esposo, no armará un escándalo.
La absurda lógica tenía sentido, lo cual era aún más inquietante.
—No quiero que se meta en problemas —agregó Claire—. Solo necesito que me acompañe hasta que embarque. Después de hoy, prometo que no volverá a saber de mí.
Me quedé en silencio. No era una decisión que uno tomara todos los días. Podía ignorarla, seguir mi camino y olvidarme. Pero algo en su voz temblorosa me hizo imposible decir que no.
—Está bien —respondí finalmente—. Lo haré.
Jamás habría imaginado que esa frase cambiaría el curso de nuestras vidas.