“Señor… ¿podría fingir ser mi esposo… solo por un día?”
Tardé varios segundos en entender lo que aquella mujer acababa de decirme. Estábamos en la fila del café del aeropuerto de Denver y yo, un simple ingeniero mecánico de paso, jamás imaginé que una desconocida—rubia, elegante, con los ojos cargados de pánico—podría dirigirse a mí con semejante súplica.
—¿Disculpe? —pregunté, creyendo haber escuchado mal.
—Por favor —insistió—. Solo hoy. Necesito que alguien se haga pasar por mi marido. Sé que parece absurdo, pero se lo explicaré.
Miré alrededor, incómodo. Nadie más parecía prestar atención, pero la tensión en sus manos, aferradas a su pasaporte, me hizo entender que no era un juego.
—Me llamo Claire —agregó con un hilo de voz—. Y estoy en problemas.
Yo debía tomar un vuelo hacia Seattle en dos horas. Aun así, había algo en su expresión, una mezcla de miedo y determinación, que me obligó a escuchar. Caminamos hacia una mesa apartada. Ella respiró profundamente antes de empezar.