Se rieron de la “mendiga” de la gala, pero su marido era el dueño de todo…

Sofía volvió a tirar de mi vestido rasgando más la tela. Me acurruqué en el suelo intentando protegerme. Me temblaba todo el cuerpo. Nunca me había sentido tan pequeña, tan rota. Las tres mujeres se alzaban sobre mí como vencedoras de un juego enfermo. La risa de la multitud resonaba en mis oídos. Cerré los ojos y pensé en Javier, pero entonces algo cambió dentro de mí. Entre las lágrimas, a través del dolor, encontré una pequeña chispa de rabia. Lentamente me incorporé.

Me temblaban las manos. El vestido estaba roto y manchado, el pelo empapado, pero me puse de pie. Miré directamente a Elena, luego a Sofía y a Beatriz. Mi voz salió baja, pero firme. Os vais a arrepentir de esto. Elena echó la cabeza hacia atrás y se ríó. ¿Qué vas a hacer? Denunciarnos. ¿Con qué dinero? Beatriz sonrió con suficiencia. No eres nadie. No le importas a nadie. Sofía hizo un gesto displicente. Seguridad. Saquen a esta mujer de aquí.

Pero antes de que seguridad pudiera moverse, las puertas principales del bar se abrieron de golpe. El sonido retumbó como un trueno. Todos se giraron y allí estaba él. Javier, mi marido, entró con seis miembros de seguridad detrás de él, seguido de su abogado y del jefe de seguridad del edificio. Su presencia silenció la sala, las conversaciones se detuvieron, los móviles bajaron, incluso Elena, Sofía y Beatriz se callaron. Aún no lo reconocían. Elena, todavía confiada, dio un paso al frente.

¿Usted quién es? Javier no le respondió. Ni siquiera la miró. Sus ojos estaban clavados en los míos. Vi furia mezclada con dolor en su mirada. Caminó directo hacia mí. Cuando llegó, se quitó la chaqueta con delicadeza y me la puso sobre los hombros, cubriendo mi vestido roto. Me tomó la cara entre las manos. Ya estoy aquí”, susurró y me besó en la frente. El silencio en la sala era total. De repente, el director de local apareció corriendo con el pánico dibujado en la cara.

“Señor Ribas, jadeó, “Señor, yo no sabía.” El apellido golpeó la sala como una bomba. “Rivas”, susurró alguien. “Javier Ribas.” Las exclamaciones ahogadas recorrieron la multitud. Vi como la cara de Elena perdía todo el color. Sofía se llevó la mano a la boca. A Beatriz se le cayó el móvil de las manos. La voz de Javier era fría como el hielo cuando habló. Sí, Javier Rivas. Soy el dueño de este edificio. Soy el dueño de este bar. y me señaló, “Esa mujer a la que acabáis de agredir, esa mujer a la que habéis humillado y desnudado para vuestro entretenimiento.

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