Se fue cuando más lo necesitaba.
Pasamos apuros juntos.
Vendíamos tarjetas de recarga, hacíamos trabajos menores.
Me apretaba las manos y susurraba:
“Algún día nos reiremos de esto.”
Pensé que lo decía en serio.
Hasta que le di una noticia que lo cambió todo…
Parte 2
Después de esa llamada, me pasé la noche entera preparando listas, ajustando recetas y calculando porciones.
El pedido era para 350 personas. Nunca había atendido un evento tan grande.
Pero no podía decir que no.
Estaba decidida a dar lo mejor de mí.
No solo porque era una gran oportunidad.
Sino porque… algo en esa voz, en esa insistencia, me parecía familiar.
El día del evento, llegamos con dos furgonetas llenas de comida.
Mis empleados iban uniformados, todos con delantales bordados con “Delightful Pots by Ifeoma”.
El salón era espectacular: columnas de mármol, flores frescas, candelabros dorados.
La boda de alguien muy, muy rico.
Entonces lo vi.
Kenneth.
Caminaba de un lado a otro, dando instrucciones.
Más viejo. Más ancho. Pero inconfundible.
Mi corazón dio un brinco.
Me escondí tras una columna, observando.
Estaba con una mujer vestida con un gele dorado.
Y junto a ellos, una joven vestida de blanco, sonriendo nerviosa.
No podía ser…
¿Era ella?
¿La hija de Kenneth?
¿La niña que él eligió por encima de la nuestra?
¿La hija de la panadera rica?
Mi pecho se apretó.
En ese momento, uno de los camareros me llamó.
“Madam, ya están listos para el servicio”.
Respiré hondo y salí con la cabeza en alto.
Kenneth me vio.
Sus ojos se abrieron como platos.
Se quedó helado.