Se acerca la Navidad y, como siempre, comencé a prepararme para las vacaciones. Pero este año resultó más difícil de lo habitual. Mi pensión se retrasó y sólo pude comprar lo esencial.

Olga Mikhailovna estaba convencida por su propia experiencia de que en la vejez no siempre se puede contar con la ayuda de los niños. A pesar de todos los esfuerzos puestos en su educación, el resultado fue amargo. Ella creía que los niños crecerían amables y cariñosos, pero la realidad resultó ser diferente.

Olga crió a tres hijos con amor y cariño. Mientras el marido vivió, la familia vivió prósperamente. Pero después de su muerte, cuando una grave enfermedad se llevó al principal sostén de la familia, todas las preocupaciones recayeron sobre los hombros de Olga. A pesar de la pérdida, trató de brindarles a los niños todo lo que necesitaban, trabajando en una buena posición.

Pasó el tiempo, los niños crecieron, formaron sus propias familias y se mudaron. El hijo se convirtió en padre de gemelos, una hija se casó pero aún no tuvo hijos y la otra vivió sin preocupaciones, aprovechando los ingresos de su marido empresario. Todos parecían tranquilos, excepto la propia Olga. Se quedó sola en un apartamento de tres habitaciones, hacía tiempo que se había jubilado y pasaba sus días sola.

Los niños rara vez venían, en su mayoría se limitaban a llamadas un par de veces por semana.

Los últimos meses han sido especialmente difíciles para Olga. La pensión apenas alcanzaba para pagar los servicios públicos y comprar alimentos. No se habló de medicamentos. La situación se volvió tan insoportable que Olga decidió pedir ayuda a los niños.

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