“Sabía que mi exesposa iba a casarse con un hombre pobre, así que decidí ir a burlarme de ella, hacerla sentir avergonzada… pero cuando vi al novio, regresé a casa en silencio… y lloré toda la noche.”

¿Antonio?

Ella estaba radiante. Sus ojos brillaban. Su sonrisa era serena, llena de satisfacción.

No había tristeza. Solo orgullo por estar con ese hombre.

Escuché a dos ancianos murmurar en una mesa cercana:
—“Emilio es un buen hombre. Sí, perdió una pierna, pero trabaja duro. Cada mes envía dinero a su familia. Ha estado ahorrando por años para comprar un terreno y construir una casita. Leal, honesto… todos lo respetan.”

Me quedé helado.

Cuando comenzó la ceremonia, Antonio tomó la mano de Emilio y caminaron juntos hacia el templo.

Y por primera vez… vi en los ojos de Antonio la felicidad que yo nunca había podido darle.

Recordé aquellos días en los que Antonio ni siquiera quería que lo vieran conmigo en público, temiendo que mi ropa sencilla me avergonzara.

Pero ese día… ella caminaba orgullosa al lado de un hombre con una sola pierna — pero con un carácter completo.

Al volver a casa, arrojé mi bolso de marca sobre el sofá y me desplomé en el suelo.

Y lloré.

No de celos.

Sino porque entendí que había perdido lo más valioso de mi vida.

Sí, tenía dinero. Tenía estatus. Tenía un coche.

Pero no tenía a alguien que realmente me amara.

¿Antonio?

Ella había encontrado a una persona que estaría a su lado incluso en el fuego, sin importar la falta de riqueza.

Lloré toda la noche.

Y por primera vez comprendí lo que significa la derrota.

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