No en riquezas.
Sino en carácter.
En corazón.
Desde aquel día, vivo con más humildad. Dejé de juzgar a los demás con desprecio.
Ya no valoro a alguien por su salario ni por sus zapatos.
Porque he aprendido:
El valor de una persona no se mide por su coche ni por su reloj.
Se mide por cómo ama y respeta a su pareja.
El dinero siempre se puede volver a ganar.
Pero los lazos humanos — cuando se pierden — tal vez nunca regresen.