“Sabía que mi exesposa iba a casarse con un hombre pobre, así que decidí ir a burlarme de ella, hacerla sentir avergonzada… pero cuando vi al novio, regresé a casa en silencio… y lloré toda la noche.”

No en riquezas.

Sino en carácter.

En corazón.

Desde aquel día, vivo con más humildad. Dejé de juzgar a los demás con desprecio.

Ya no valoro a alguien por su salario ni por sus zapatos.

Porque he aprendido:

El valor de una persona no se mide por su coche ni por su reloj.

Se mide por cómo ama y respeta a su pareja.

El dinero siempre se puede volver a ganar.

Pero los lazos humanos — cuando se pierden — tal vez nunca regresen.

Leave a Comment