Nos quedamos allí un momento, agotados los dos, dándonos cuenta de que no era solo una pelea de una tarde, sino años de favoritismo silencioso, bromas hirientes y excusas dadas en nombre de la “paz familiar”.
Esa noche, de vuelta en casa, le dije a Lily que ya no estaba obligada a ver a sus abuelos si no quería. Ella esbozó una ligera sonrisa y me preguntó si podíamos pedir una pizza. Dije que sí.
Mientras comíamos en el sofá viendo dibujos animados, mi teléfono vibró de nuevo: un mensaje de la madre de Mark: Has destruido a esta familia.
Dejé el teléfono boca abajo sobre la mesa. —No —murmuré—. Por fin la he protegido.
Pasaron tres semanas antes de que los volviéramos a ver. Fue en el cumpleaños de Emily; Mark insistió en que fuéramos «al menos una hora, para ser civilizados». En cuanto entramos, la tensión era palpable. Sus padres estaban junto a la mesa del pastel, rodeados de familiares que fingían que no había pasado nada. Cuando Lily apareció, las conversaciones se detuvieron, las miradas se desviaron y alguien cambió rápidamente de tema.
Mi suegra, Susan, se acercó con una sonrisa frágil. —Karen —dijo con voz suave pero cortante—, has provocado todo un escándalo. —Dije la verdad —respondí. —Exageraste —siseó ella—. La habíamos dejado con la vecina. No estaba sola. —Qué extraño —dije—, la vecina no sabía nada al respecto.
Su rostro se puso rojo. —Has puesto a Mark en contra de su propia familia.