«Regresé de viaje un día antes y encontré a mi hija de nueve años, sola, a cuatro patas, limpiando el suelo de la cocina porque mis suegros pensaban que «necesitaba disciplina».»

Mark bajó la mirada. —Dicen que fue solo por un ratito… —Siete horas, Mark —mi voz tembló a mi pesar—. Siete horas. Tiene nueve años.

Respiró hondo, como para absorber el peso de aquello. —Hablaré con ellos. —Ya lo he hecho —respondí—. Anoche.

Frunció el ceño. —¿Tú… qué hiciste?

Lo miré directamente a los ojos. —Fui a su casa. Reuní todos los juguetes, todos los regalos que le han dado a Lily, y los dejé en su porche con una nota.

Se le tensó la mandíbula. —Karen… —La nota decía: “No podéis elegir qué nieto merece vuestro amor”.

Me miró fijamente durante un largo rato y luego murmuró: —Nunca te lo perdonarán. —No pido perdón —respondí—. Pido respeto, para mi hija.

Leave a Comment