Reencontrarme con mi primer amor y casarme con él a los 60 años fue como un sueño… hasta que la noche de bodas me reveló un secreto que me impactó.

Y allí terminó la calma.

El silencio que siguió a sus palabras fue tan denso que podía oír mis propios latidos. Javier se pasó una mano por el cabello, nervioso, como si esperara que yo huyera en cualquier momento. Yo solo podía mantenerme rígida, mirando su rostro que, por primera vez desde que nos reencontramos, parecía envejecido por la culpa.

—Habla, Javier —susurré, intentando controlar el temblor en mi voz.

Se sentó en el borde de la cama y respiró hondo, como si aquello que iba a decirle estuviera atormentándolo desde hacía mucho tiempo.

—María, cuando volví a Valencia no estaba solo… o al menos, no del todo. —Hizo una pausa larga—. Tengo una hija. Una hija de treinta y ocho años. Pero eso no es lo peor. Ella no sabe que yo soy su padre.

Sentí un pinchazo en el pecho, como si alguien me hubiera arrancado el aire. No era el hecho de que tuviera una hija; eso era completamente comprensible en una vida adulta. Lo devastador era el secreto, el silencio, el engaño durante meses en los que habíamos hablado de todo… o eso creía yo.

—¿Cómo que no lo sabe? —pregunté intentando mantener la calma—. ¿Qué estás diciendo, Javier?

Leave a Comment