Ranchero era virgen a los 40,hasta que una mujer le pidió quedarse en su granero durante la tormenta…

—Quédese aquí.

Isabela lo miró sorprendida.

—¿Cómo dice?

—Quédese aquí conmigo. En el rancho hay trabajo suficiente para dos personas. Puede ayudarme con las tareas, cuidar el huerto, coser y reparar ropa. Hay una habitación adicional que podríamos acondicionar.

La propuesta era práctica en la superficie, pero ambos sabían que había algo mucho más profundo motivándola.

—No lo conozco bien —dijo Isabela, aunque su voz no sonaba convincente ni para ella misma.

—Yo tampoco la conozco bien a usted —admitió Diego—. Pero sé que algo cambió anoche, algo importante.

Isabela sintió que su corazón se aceleraba. Había experimentado la seguridad y la calidez de estar con Diego, había visto su bondad genuina y su fuerza silenciosa. La idea de construir una vida junto a él no le parecía descabellada, sino sorprendentemente natural.

—¿Sería apropiado? —preguntó ella—. La gente del pueblo podría hablar.

Diego había considerado eso también.

—Podríamos casarnos —dijo simplemente—. Si usted está dispuesta.

La propuesta no era romántica en el sentido tradicional, pero estaba cargada de sinceridad y promesa. Isabela lo miró a los ojos y vio en ellos la misma soledad que había llevado en su propio corazón, y la misma esperanza de encontrar finalmente un hogar verdadero.

—Sí —respondió ella—. Sí, me gustaría quedarme.

Los días siguientes fueron una revelación para ambos. Diego descubrió aspectos de la vida doméstica que había ignorado durante años. Isabela transformó la casa con pequeños toques femeninos, flores silvestres en jarrones improvisados, cortinas hechas de tela que había traído en su pequeño equipaje, comidas más variadas y sabrosas.

Trabajaron juntos reparando los daños de la tormenta, y Diego se sorprendió de lo naturalmente que Isabela se adaptó a las tareas del rancho. Tenía fuerza física más de la que aparentaba y una determinación que complementaba perfectamente la personalidad de él.

Por las noches se sentaban en el porche planificando su boda sencilla y su futuro juntos. Diego le enseñó a tocar acordes básicos en la guitarra e Isabela le mostró técnicas de costura útiles para reparar arneses y equipos de cuero. La intimidad entre ellos creció gradualmente, comenzó con roces accidentales de manos, miradas prolongadas y la tensión dulce de la anticipación.

Diego, a pesar de su inexperiencia, era intuitivamente gentil y considerado. Isabela, que también era virgen, pero había observado suficiente de la vida como para entender los aspectos básicos de las relaciones íntimas, se sentía segura explorando estos nuevos sentimientos con él.

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