Una semana después de la tormenta, viajaron juntos al pueblo para organizar su boda. El sacerdote, un hombre mayor que conocía a Diego desde niño, se mostró complacido de verlo finalmente asentando cabeza. La ceremonia se programó para la semana siguiente, dándoles tiempo para preparar los documentos necesarios y hacer algunos arreglos básicos.
La noche antes de la boda, mientras Isabela preparaba su vestido simple pero elegante, Diego se sintió nervioso por primera vez. No era miedo exactamente, sino una conciencia aguda de que su vida estaba a punto de cambiar completamente. Isabela percibió su nerviosismo durante la cena.
—¿Estás seguro de esto? —le preguntó suavemente.
Diego la tomó de las manos.
—Nunca he estado más seguro de nada en mi vida. ¿Y usted?
—También estoy segura —respondió ella—, pero también estoy nerviosa.
Ambos rieron y la tensión se disipó.
La boda fue pequeña, pero perfecta. Asistieron algunos vecinos de ranchos cercanos y gente del pueblo que conocía a Diego. Isabela lucía radiante en su vestido blanco sencillo y Diego había conseguido un traje nuevo que le daba un aire de dignidad formal.
Después de la ceremonia regresaron al rancho como esposos. La realidad de lo que significaba golpeó a ambos cuando cruzaron el umbral de la casa que ahora compartirían oficialmente como marido y mujer. Diego había preparado la habitación principal con detalles especiales, flores frescas, velas y sábanas nuevas.
Isabela se cambió el vestido de novia por un camisón blanco sencillo, pero hermoso. Cuando salió del pequeño cuarto de baño, encontró a Diego sentado en el borde de la cama, claramente nervioso, pero decidido.
—Somos esposos ahora —dijo él suavemente.
—Sí, lo somos —respondió Isabela, acercándose lentamente a él.
Lo que siguió fue una exploración gentil y natural de su nueva intimidad. Diego, a pesar de su inexperiencia, se dejó guiar por sus instintos y por las respuestas de Isabela. Ella, igualmente nueva en estos territorios, encontró en él una paciencia y ternura que hicieron que la experiencia fuera hermosa en lugar de intimidante.
Sus primeros momentos como esposos fueron llenos de risas nerviosas, descubrimientos mutuos y una conexión física que complementó perfectamente la emocional que habían desarrollado. No fue perfecta en el sentido técnico, pero fue perfecta para ellos, auténtica, cariñosa y llena de promesas para el futuro.
Los meses siguientes fueron de adaptación y crecimiento. Diego e Isabela desarrollaron rutinas que maximizaban sus fortalezas complementarias. Ella se encargó del huerto, expandiéndolo para incluir una variedad más amplia de vegetales y hierbas. También estableció un pequeño negocio de costura. Diego, por su parte, encontró una nueva energía para mejorar el rancho. Expandieron el corral, mejoraron el sistema de irrigación y hasta construyeron una pequeña habitación adicional pensando en el futuro.
Su amor físico también evolucionó y se profundizó. Lo que había comenzado como una exploración tímida se convirtió en una pasión madura y satisfactoria para ambos. Diego descubrió que su naturaleza gentil y considerada se traducía naturalmente en ser un amante atento y generoso. Isabela encontró en su nueva vida sexual una fuente de alegría y conexión que enriqueció todos los aspectos de su relación.
Un año después de aquella noche de tormenta, Isabela anunció que estaba embarazada. Diego recibió la noticia con una alegría que no sabía que era capaz de sentir. La idea de ser padre, que una vez le había parecido ajena e imposible, ahora se sentía como la culminación natural de la felicidad que había encontrado.
Mirando hacia atrás, ambos sabían que aquella tormenta había sido mucho más que un evento climático. Había sido el catalizador que los había traído juntos, transformando dos vidas solitarias en una historia de amor, familia y realización.
El rancho, que una vez había sido el refugio de un hombre solitario, se había convertido en el hogar de una familia que crecía con amor, trabajo duro y la promesa de un futuro compartido. Diego ya no era el ranchero virgen de 33 años que había vivido aislado del mundo. Era un esposo, pronto sería padre, y había descubierto que la vida que siempre había pensado que era completa, en realidad había estado esperando a que Isabela llegara para mostrarle lo que realmente significaba estar vivo.