Ranchero era virgen a los 40,hasta que una mujer le pidió quedarse en su granero durante la tormenta…

Diego la ayudó a montar y cabalgaron rápidamente hacia la casa, justo cuando los primeros truenos retumbaban en la distancia y el viento aumentaba su intensidad. Isabela se aferró naturalmente a la cintura de Diego, y él sintió una extraña electricidad recorrer su cuerpo ante ese contacto.

Una vez en la casa, Diego le ofreció agua fresca del pozo. Isabela bebió con avidez, y él pudo observarla mejor bajo la luz de la lámpara de aceite. Tenía aproximadamente 18 años, con facciones delicadas pero expresivas, manos pequeñas con callos de trabajo duro y una madurez en sus ojos que sugería experiencias difíciles a pesar de su juventud.

—Vengo de San Miguel —explicó Isabela—. Caminé durante dos días.

Diego conocía San Miguel, un pueblo a casi 100 km de distancia. Que una joven hubiera recorrido esa distancia a pie era extraordinario y preocupante.

—¿Qué la trajo hasta aquí? —preguntó él, genuinamente preocupado.

Isabela bajó la mirada, y Diego percibió el dolor en su historia.

—Mi padre murió hace un mes. Los acreedores se llevaron todo. No tenía familia, ni trabajo, ni lugar donde quedarme.

La honestidad cruda de su situación tocó algo profundo en el corazón de Diego. Él también había experimentado la pérdida y la soledad, aunque de manera diferente.

—Lo siento mucho —dijo sinceramente—. Aquí estará segura mientras dure la tormenta.

Un rayo iluminó violentamente las ventanas, seguido por un trueno ensordecedor. La tormenta había llegado con toda su furia. La lluvia golpeaba el techo con intensidad creciente, creando un tamborileo constante que llenaba el silencio entre ellos.

Diego preparó una cena sencilla pero abundante: frijoles refritos, tortillas recién hechas, queso fresco y café fuerte. Isabela comió con apetito, claramente hambrienta después de días de viaje. Durante la cena, intercambiaron historias sobre sus vidas, descubriendo similitudes inesperadas a pesar de sus diferentes edades y experiencias. Isabela le contó sobre su padre, un artesano que había trabajado con cuero hasta que una enfermedad lo debilitó. Ella había mantenido el negocio funcionando durante los últimos años, desarrollando habilidades en costura y reparación. Diego compartió memorias de sus padres y de cómo había construido el rancho desde casi nada.

Conforme avanzaba la noche, la tormenta se intensificó. Los vientos aullaban alrededor de la casa y la lluvia se convirtió en un diluvio. Era obvio que nadie podría salir hasta que amainara, lo que según la experiencia de Diego, podría tomar toda la noche e incluso el día siguiente.

—Puede quedarse en mi habitación —ofreció Diego—. Yo dormiré en el sofá.

Isabela lo miró con una expresión difícil de interpretar.

—No quiero ser una molestia. ¿Tiene espacio en el granero? Estaría bien allí.

Diego negó inmediatamente.

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