¡QUIEN HAGA HABLAR A MI HIJO SE CASARÁ CONMIGO! DIJO EL MILLONARIO… Y LA EMPLEADA SORPRENDIÓ A TODOS

de clientes conocidos hasta uno de prensa preguntando por la señora que ahora vive en tu casa. ¿Qué? ¿Quién? Elena. Julián sintió cómo se le endurecía la mandíbula. ¿Qué decían? Cosas sin pruebas. Que su hermano es delincuente, que ella viene de un entorno peligroso, que tal vez está cerca por interés, pero no lo dicen directo, solo insinúan. ¿Quién lo dijo? Nadie da nombres. Pero tú sabes cómo es este círculo. Se esparce como pólvora.

Julián apretó los dientes. Sabía perfectamente de dónde venía eso. No era difícil imaginarlo. Ese mismo día le pidió a Rodrigo que confirmara todo lo que se estaba diciendo. Rodrigo, aunque no estaba de acuerdo con los chismes, obedeció, buscó, preguntó y confirmó que la información había salido de una cena a la que Lorena asistió.

No la mencionaban como autora directa, pero todos sabían que ella había sido quien soltó la noticia. Julián se encerró en su oficina, leyó el informe que Rodrigo consiguió. Sí, el hermano de Elena había estado preso, pero ella no. Elena no tenía nada que ocultar. No había un solo cargo, una sola denuncia. Todo lo que había hecho era trabajar, criar a su hermana y salir adelante. Eso era todo.

Pero aún así entendía el peligro. Su mundo no perdonaba esas cosas. Lo sabía. Lo había visto mil veces. Gente cancelada por cosas mucho menos graves. Esa tarde, al llegar a casa, encontró a Benjamin en el jardín con Elena. Jugaban con globos de agua, se mojaban, reían. Él se quedó unos minutos viéndolos desde la terraza sin interrumpir. Elena no lo vio. Benjamin sí. Papá, estamos jugando.

Ya vi, respondió sonriendo. ¿Quieres jugar? Julián negó con la cabeza. Luego, denme 5 minutos. subió a su oficina, se sentó en el sillón de lectura, sacó su celular, dudo. Luego mandó un mensaje. Podemos hablar cuando tengas un momento hay algo que necesito contarte.

Elena leyó el mensaje una hora después, ya seca y con la ropa cambiada. Subió a verlo sin miedo, pero con algo de preocupación en la mirada. Todo bien, sí, o casi, Elena. Quiero que sepas que valoro mucho lo que estás haciendo por Benjamin y por mí, pero creo que hay algo que deberías saber. Ella lo miró en silencio.

Hay gente diciendo cosas sobre ti. ¿Qué cosas? Sobre tu hermano, tu pasado. ¿De dónde vienes? Nada nuevo para ti, supongo. Pero están usando eso para atacarte, para hacerme dudar. Elena bajó la mirada. No parecía sorprendida, solo cansada. Sabía que esto pasaría. Nunca dura mucho. La gente como yo no encaja en casas como esta. No digas eso. No me importa de dónde vienes. Me importa quién eres ahora.

¿Y tú crees que eso le importa a tu círculo, a tus inversionistas, a tus amigos ricos? No, pero no me importa a mí y yo soy el que toma las decisiones aquí. Y si esto te cuesta algo grande, ya lo perdí todo una vez. No me asusta perder otra vez.

Lo que sí me asusta es quedarme callado viendo cómo alguien bueno es destruido por gente que no sabe nada. Elena se quedó callada un momento. No sé si pueda quedarme, Julián. Quiero que lo pienses. Solo eso. Pero no huyas. No, otra vez. Ella asintió, no dijo más. Salió de la oficina con el corazón apretado.

Y esa noche, mientras Benjamin dormía con una sonrisa en la cara, Julián se quedó viendo por la ventana, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que estaba a punto de tener que pelear por algo que sí valía la pena, aunque no sabía todavía que los golpes más duros todavía no llegaban. Era domingo por la mañana y el cielo estaba completamente despejado.

Julián se había levantado más temprano que de costumbre, no porque tuviera trabajo ni pendientes, sino porque no podía dormir. Había pasado toda la noche dándole vueltas a lo mismo. Debía proteger a Elena de las críticas o alejarla para que no la destruyeran. Y lo peor era que no tenía la respuesta. Benjamin, en cambio, seguía durmiendo como un ángel.

Desde que hablaba de nuevo, descansaba mejor. No tenía pesadillas, no se despertaba llorando, a veces incluso hablaba dormido, pero ya no con miedo. Ahora decía cosas como, “Juguemos o ese es mi lugar, cosas de niño feliz”. Elena había decidido no ir ese día, no por falta de ganas, sino por necesidad de poner distancia.

Había sentido que se acercaban demasiadas cosas peligrosas y necesitaba aire. Le escribió a Julián un mensaje corto. “Hoy me quedo en casa.” Dile a Benjamin que lo quiero mucho. Julián lo leyó sin molestarse. La entendía y aún así se sintió solo. Benjamin se despertó a media mañana y bajó a desayunar. Como era domingo, Julián le hizo hotcakes. Ya casi se le estaban acabando los trucos de cocina, pero Benjamin comía con gusto.

Lo que fuera, si lo compartían los dos. Después del desayuno, el niño se fue directo al cuarto donde su mamá solía guardar cosas. No era un cuarto cerrado, pero nadie entraba ahí seguido. Estaba lleno de cajas, libros, ropa que Clara nunca quiso tirar y algunos recuerdos que dolían solo de ver. ¿Dónde estás, hijo?, gritó Julián desde la cocina. Estoy viendo cosas de mamá, respondió Benjamin desde adentro.

Julián dejó el trapo que usaba para secarse las manos y caminó hasta allá. Se detuvo en la puerta al ver al niño sentado en el piso, rodeado de cajas. Tenía una de fotos abiertas de esas viejas con bordes blancos y tonos apagados. Julián sintió un pequeño nudo en el pecho. No le gustaba abrir esas cajas, le dolía.

Y aún así se quedó mirando. Benjamin sacaba una por una y las miraba como si fueran estampas de otro planeta. Había fotos de Clara de joven, fotos de su boda, fotos de ella embarazada y también de Benjamin de bebé. Julián se agachó para sentarse con él. ¿Te acuerdas de todo esto? un poco. ¿Quién tomó estas? Tu mamá. A ella le encantaba tomar fotos. Siempre decía que el tiempo se iba rápido y había que atraparlo en papel. Benjamin no respondió.

Sacó otra foto más. Era una donde salía él, su mamá y un hombre que Julián no reconoció al instante. Benjamin la miró fijo. ¿Quién es este? Julián se acercó más. Era una foto tomada en un parque. Clara tenía a Benjamin en brazos y el hombre estaba junto a ellos con la mano en el hombro de Clara.

Parecía una tarde tranquila, de esas, sin pose, sin maquillaje. No sé, déjame ver bien. Julián la tomó en la mano, frunció el ceño. No era nadie que él recordara. En ese momento, su mente buscó entre amigos, primos, conocidos, pero no, no era nadie cercano. Y entonces se dio cuenta de algo.

Clara tenía la misma ropa que en una foto que estaba enmarcada en la recámara, una donde salía ella sola con Benjamin, sin ese hombre. Qué raro murmuró. ¿Quién será?”, insistió el niño. No lo sé, pero lo voy a averiguar. Esa tarde Julián sacó un sobre con más fotos de Clara que guardaba en su oficina. Algunas tenían fechas escritas al reverso, otras no. Revisó cada una con cuidado.

Y ahí estaba otra, parecida a la del parque, clara con Benjamin y ese mismo hombre, solo que esta vez se veía más claro su rostro. Tenía el cabello corto, bigote delgado, camisa a cuadros. Julián no podía quitarse la sensación de haberlo visto en algún lado. No era un pariente suyo, eso era seguro. Y si fuera alguien tan cercano a Clara, él lo habría conocido. Clara no tenía secretos, o al menos eso había creído.

Fue entonces que tomó una decisión. Llamó a la única persona que podía saber quién era ese hombre. Elena. Bueno, contestó ella con voz suave. Disculpa que te moleste, Elena. ¿Estás ocupada? No, dime. Encontramos una foto. Benjamin la sacó de una de las cajas de Clara. Sale él, su mamá y un hombre que no reconozco. Un hombre. Sí.

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