¡QUIEN HAGA HABLAR A MI HIJO SE CASARÁ CONMIGO! DIJO EL MILLONARIO… Y LA EMPLEADA SORPRENDIÓ A TODOS

Benjamin, ¿qué dijiste? El niño no lo miró a él, solo seguía viendo a Elena y sonrió. Una sonrisa chiquita, tímida, pero sonrisa al fin. Todo el salón quedó en silencio y en ese silencio Benjamin volvió a nacer. Desde temprano, la casa se llenó de movimiento, empleados entrando y saliendo con cajas, decoradores colgando luces, técnicos probando micrófonos, cocineros sacando charolas de acero llenas de ingredientes finos que nadie en esa casa comía en un día normal. Todo tenía que estar perfecto.

Esa no era una fiesta cualquiera. Era una jugada importante de Julián para cerrar acuerdos millonarios con gente poderosa, gente que tenía la costumbre de medir el valor de una persona por el tamaño de su casa, el vino que sirve y lo que trae puesto en la muñeca. El salón principal fue transformado.

Las cortinas se cambiaron por unas nuevas traídas de Italia. Las alfombras eran tan suaves que daban ganas de quitarse los zapatos. Las paredes estaban adornadas con arreglos de orquídeas blancas y luces cálidas. Todo estaba planeado para parecer elegante, pero sin caer en lo exagerado, como si lo lujoso fuera natural, como si no se intentara impresionar a nadie, cuando en realidad eso era exactamente lo que querían lograr. Impresionar.

Julián no se metía en los detalles, solo se aseguraba de que no le preguntaran nada. Su asistente, Rodrigo, era quien coordinaba a todos. Un tipo rápido, joven, siempre con el celular en la mano. Había trabajado con Julián por años y aunque le tenía respeto, también sabía que desde la muerte de Clara su jefe tenía menos paciencia que nunca.

Una palabra mal puesta, una pregunta fuera de lugar y te podías ir directo a la calle. En una de las salas laterales, Benjamin estaba sentado en su sillón preferido. Tenía una tablet entre las manos, pero no la usaba, solo la sostenía. No miraba a nadie. Vestía un pantalón beige, camisa blanca y un suéter azul claro. Parecía una foto enmarcada.

La niñera estaba con él revisando su celular mientras tomaba agua. No se alejaba mucho, pero tampoco prestaba atención del todo. Cuando llegó la primera camioneta con invitados, los empleados se pusieron firmes. Nadie quería cometer errores. A las 7 en punto empezaron a bajar mujeres con vestidos de diseñador, hombres con relojes brillantes, saludos con sonrisas apretadas.

Risas forzadas, abrazos de compromiso, gente que hablaba fuerte, que soltaba nombres de marcas como si fueran palabras normales. En 5 minutos la casa se había llenado de gente que no vivía en ella, pero que actuaba como si sí. La música empezó a sonar. Jaz moderno, ese que parece de película, que hace que todo parezca fino.

En la cocina, los meseros iban saliendo con charolas llenas de canapés que no sabían a nada, pero que todos aceptaban porque quedaban bien en la mano. Elena, con su uniforme gris oscuro y el cabello recogido, ya estaba adentro desde hacía rato. Le tocó la zona del comedor y los pasillos del primer piso. Caminaba en silencio, limpiando discretamente lo que otros ensuciaban sin darse cuenta. No miraba a nadie a los ojos.

Ya había trabajado en muchas casas así. Sabía cómo moverse sin que la notaran. Julián bajó las escaleras cerca de las 8. Iba con un traje oscuro sin corbata. Siempre le molestaron las corbatas. Su camisa blanca estaba impecable, el cabello bien peinado. Tenía la cara seria. Saludaba a todos con educación, pero sin calidez.

Algunos intentaban bromear con él, pero Julián no se prestaba. Lo buscaban, lo rodeaban, lo felicitaban por su empresa, por su casa, por su éxito. Pero nadie le preguntaba por Benjamin. Todos sabían, pero nadie quería incomodarlo. O tal vez no les importaba. Él ya estaba acostumbrado a eso.

En medio de una conversación con tres socios del norte del país, uno de ellos, un tipo pelón con una sonrisa forzada, le dijo algo sobre su hijo. Tu chamaco está muy serio, Julián. ¿No le gustan las fiestas? Julián lo miró, no dijo nada al principio, luego soltó una media sonrisa, esa que usaba cuando no quería hablar de algo.

No habla desde que su mamá murió, le respondió así, sin rodeos. El silencio fue incómodo. El otro hombre intentó cambiar de tema, pero Julián lo interrumpió como si de pronto le diera igual todo. Si alguna logra que hable de nuevo, me caso con ella dijo tomando su copa. Los tres hombres soltaron una carcajada. como si fuera un chiste. Uno hasta le dio una palmada en el hombro.

Julián no se rió, siguió tomando su vino. Había hablado en serio, aunque ni él mismo supiera por qué lo dijo. Tal vez porque estaba cansado, tal vez porque ya no tenía fe en nada. O tal vez porque en el fondo todavía le quedaba una pizca de esperanza. Pero nadie lo tomó en serio, ni sus amigos, ni los invitados, ni siquiera él mismo.

Lorena llegó más tarde, alta, delgada, con un vestido rojo brillante y un perfume que llenaba el lugar. Era de esas mujeres que entran a un salón y todos voltean. Había trabajado con Julián en algunos proyectos, pero desde que Clara murió se le notaba el interés más allá de lo profesional.

Siempre buscaba estar cerca, tocarle el brazo al hablar, preguntarle por cosas personales, traerle café sin que se lo pidiera. Julián no la alentaba, pero tampoco la alejaba. A veces por no querer ser grosero, a veces porque necesitaba apoyo, aunque no fuera emocional. Esa noche Lorena llegó decidida. Se le notaba, buscó a Julián apenas entró. Lo saludó con un beso en la mejilla, más largo de lo necesario y se quedó a su lado. Reía fuerte.

hablaba de cosas que no venían al caso. Le preguntaba por el vino, por el catering, por lo adorable que se veía Benjamin sentado allá callado. Julián le sonrió por cortesía, pero en su cabeza no había fiesta, solo ese vacío que se hacía más grande cuando todo parecía perfecto por fuera. Elena pasó junto a ellos con una charola de copas vacías. Lorena apenas la miró.

Para ella era solo otra empleada, como una silla, como una lámpara invisible. Pero en ese cruce de caminos, Julián sí la notó. La miró por un segundo, no porque fuera bonita ni porque destacara. La miró porque parecía la única persona en toda la casa que no fingía nada. Estaba ahí haciendo su trabajo sin máscara. En ese momento, Benjamin se levantó de su sillón.

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