No te voy a presionar, dijo él. Solo quiero decirte algo que no me deja dormir. Dime. Todo lo que pasó me sirvió para darme cuenta de la persona en la que me había convertido. Tenía tanto miedo de perderlo todo que terminé perdiendo lo único que de verdad me importaba. No te perdiste a ti, solo te confundiste. No quiero confundirme más.
Te necesito cerca, Elena. No como un favor, no como una solución para Benjamin, como lo que eres, alguien valiente, sincera y que me enseñó que el corazón no tiene clase social. Elena bajó la mirada. No es tan fácil. Lo sé. Hay gente que me sigue viendo como una amenaza, como un error. No van a decidir más por mí.
Eso se acabó. Y estás listo para defender eso siempre, porque no va a dejar de pasar. Siempre habrá alguien que critique, que invente, que te diga que te equivocaste. Entonces, que lo digan, no me importa, porque por primera vez en años siento que estoy donde debo estar.
Elena lo miró largo, con los ojos húmedos, pero firmes. No estoy lista para una relación, ni para vivir en tu casa, ni para cuidar lo que no sé si va a durar. Y no te lo estoy pidiendo, pero sí quiero estar cerca. Quiero acompañarlos. Quiero compartir momentos sin promesas, pero con cariño. De verdad, Julián asintió. Sonríó sin mostrar los dientes. Para mí eso es más que suficiente. Volvieron a la banca.
Benjamin los miró como quien observa una película que le gusta mucho y no se quiere perder el final. ¿Ya hablaron? Sí, respondió Elena. Y ya están bien. Estamos mejor. Benjamin le dio un mordisco a su último pedazo de pan. Entonces, ya podemos jugar. Los tres se fueron al área de juegos.
Julián empujaba a Benjamin en los columpios y Elena los miraba desde una banca, riéndose de cómo el niño gritaba más alto, más alto, como si estuviera en una montaña rusa. Y en ese parque, con el cielo aún nublado y la tierra oliendo a hojas mojadas, algo volvió a nacer. No era un amor de novela ni un final de cuento, era algo más real. Era un reencuentro con lo que verdaderamente importa.
Desde ese domingo en el parque algo cambió, no solo en Benjamin, que volvió a hablar como antes, o en Julián, que ya no caminaba como si el mundo le pesara encima, también en Elena, su forma de ver las cosas, su manera de escuchar, de mirar a Julián sin tantas barreras, de sonreírle a Benjamin sin miedo a encariñarse más.
Era como si la culpa se estuviera aflojando de a poco, como si las heridas empezaran a cicatrizar sin dejar de doler, pero sin sangrar. No volvieron a hablar de qué somos ni de qué va a pasar. Solo se veían, compartían momentos y dejaban que la vida les hablara sin tanto plan. A veces ella pasaba a la casa por la tarde, ayudaba con la tarea de Benjamin, cenaban juntos, veían una película y luego se iba.
Otras veces salían a pasear, los tres a una plaza, al parque o simplemente a caminar sin fotos, sin anuncios, solo juntos, solo ellos. Pero Julián traía algo adentro que le picaba por decirse, algo que no había querido empujar, pero que ya no podía seguir guardando.
Una noche, después de que Benjamin se durmió más temprano de lo normal, Julián se quedó con Elena en la sala. Estaban sentados en el sillón, cada uno con una taza de té en la mano. Afuera llovía suave y por dentro se respiraba esa calma que solo llega cuando nadie está fingiendo nada. Elena tenía los pies descalzos sobre el sillón, envuelta en una cobijita delgada. Julián llevaba una sudadera gris que le quedaba algo floja. La tele estaba encendida, pero en silencio. Ninguno la miraba.
Era solo ruido de fondo para acompañar una conversación que no necesitaba distracciones. Hoy Benjamin me dijo algo. Empezó él sin rodeos. Elena lo miró. ¿Qué? Me preguntó si tú eras mi novia. Ella se rió bajito. ¿Y qué le dijiste? Le dije que todavía no, pero que quería que lo fuera. Elena bajó la mirada dándole vueltas al borde de la taza con los dedos. Y tú si quieres que lo sea mucho.
Ella no respondió de inmediato, solo se quedó mirando el vapor del té como si ahí pudiera leer la respuesta correcta. Me da miedo confesó por fin. No de ti, de mí, de lo que puede pasar si me dejo llevar y luego todo se rompe. Ya viví eso y no sé si tengo fuerza para pasarlo de nuevo.
Julián dejó su taza en la mesa, se giró hacia ella, no le tomó la mano, no la abrazó, solo la miró de frente con una calma que no tenía intención de convencer. sino de compartir. “Yo también tengo miedo”, le dijo. “Pero más miedo me da vivir sin sentir nada, sin darme la oportunidad de empezar algo bonito con alguien que no me exige nada, pero que me da todo sin darse cuenta.
” Elena tragó saliva, cerró los ojos un momento. “Tú vienes de una vida muy diferente, Julián. No es solo el dinero, es el mundo que te rodea. Las personas que siempre están mirando, opinando, juzgando. Yo no estoy hecha para eso. Yo cargo con cosas que no se borran. Y no quiero que un día me veas con vergüenza o que te dé pena presentarme.
¿De verdad piensas que podría avergonzarme de ti? No de ti, de lo que arrastro, del apellido, del barrio, de las cicatrices. Elena, todos tenemos cicatrices. Algunas se notan más que otras, pero lo que importa es lo que hacemos con ellas. Ella lo miró por fin y en sus ojos había algo nuevo, como si se estuviera rindiendo, pero no por debilidad, sino porque el corazón ya no aguantaba más silencio. “Yo no sé qué es lo que me estás dando”, le dijo.
“Pero cada vez que estoy aquí siento como si pudiera volver a confiar.” “Entonces quédate. No para siempre. No con promesas, solo por hoy y mañana, si quieres también.” Elena sonrió despacito de esas sonrisas que se sienten más en el pecho que en la cara. Y si me rompo otra vez, yo también me rompí y aquí estoy. No te prometo no fallar, pero sí estar cuando pase.
Y ahí, sin guion, sin dramatismo, sin fondo musical se besaron. No fue un beso de novela, fue uno suave. De esos que no buscan impresionar, sino sentir, uno que no necesitaba más que dos personas que ya no querían huir. Después del beso no dijeron nada, solo se quedaron ahí abrazados, escuchando la lluvia afuera, sin prisa, sin necesidad de explicarse.
Cuando ella se fue, Julián la acompañó hasta la puerta. ¿Mañana vienes?, le preguntó. Sí, respondió, pero como siempre, despacito, así está perfecto. Ella salió con una expresión que mezclaba miedo y ternura. Se sentía ligera, como si algo dentro de ella se hubiera rendido. Para bien.