¡QUIEN HAGA HABLAR A MI HIJO SE CASARÁ CONMIGO! DIJO EL MILLONARIO… Y LA EMPLEADA SORPRENDIÓ A TODOS

“¿Qué? ¿Que no dijeras nada? No que te alejaras, sino que te quedaras callado cuando más necesitaba que hablaras. Lo sé. Y fue un error grave. Y ni tú ni Benjamin tienen que cargar con eso.” Benjamin no lo entendía, pero lo sintió. Y eso es lo peor con los niños. No entienden con lógica, pero sienten con el alma. Julián la miró directo. Él está bien, sí, pero triste. ¿Lo has visto? No.

Desde que me fui quise darle espacio. No quería que pensara que lo abandoné, pero tampoco quería aparecer como si nada. Él no te quiere como una visita, Elena. Él te quiere como familia y yo a él. Pero la familia se cuida, se protege y en ese momento yo me sentí desprotegida. Hubo un silencio largo de esos que no incomodan pero pesan.

Julián se paró despacio, sacó algo del bolsillo trasero del pantalón. Era una hoja doblada. Esto lo escribió Benjamin. No lo hizo con ayuda. Fue él solo. Me lo dejó en la almohada una noche. Dijo que era una carta secreta, pero creo que quería que te la diera. Se la extendió. Elena la tomó con cuidado, la desdobló despacio.

Estaba escrita con letra de niño, con algunas palabras mal escritas, pero claras. Querida Elena, te extraño mucho. Me gusta cuando me lees y cuando me haces pan con queso. No me gusta que te fuiste. Mi papá te quiere aunque a veces no hable. Yo también te quiero en mi vida siempre. ¿Todavía me quieres, Benjamin? Elena sintió cómo se le apretaba la garganta.

No lloró, pero se le hizo un nudo tan fuerte que tuvo que cerrar los ojos por unos segundos. La escribió él solo? Sí. La escondió en mi cuarto. Es más valiente que nosotros dos juntos. Julián se sentó otra vez más cerca. Te puedo pedir algo dime. No vuelvas a irte sin decirme lo que sientes. No porque me lo debas, sino porque quiero aprender a escucharte.

Y tú vas a hablar cuando toque defenderme. No solo eso. Ya empecé. Ayer tuve una reunión con todos los socios, incluyendo a Lorena. La enfrenté, la saqué del proyecto. Elena abrió los ojos, sorprendida. En serio, sí. No quiero más gente así cerca de mí, ni de Benjamin, y mucho menos de ti. Y los demás, les dejé claro que quien hable mal de ti sin conocer tu historia está fuera.

Ya no tengo miedo de perder cosas. Lo que me dio miedo fue perderte. Elena se quedó callada. dobló la carta de Benjamin con cuidado, como si fuera un tesoro. La guardó en su bolsa. No estoy lista para volver a esa casa, lo sé, pero sí quiero volver a ver a Benjamin. Él va a ser feliz con eso. Yo también. No prometo nada, Julián. No pido promesas. Solo verdad.

Elena asintió. Lo miró por primera vez con una expresión suave, una mezcla de cariño, duda, respeto y un poco de esperanza. Entonces ve diciéndole a tu hijo que nos vemos este domingo en el parque con pan con queso. Julián sonrió por primera vez en días, se le notó en los ojos, no en los labios.

Se levantó, le hizo una seña con la cabeza y se fue sin beso, sin abrazo, solo caminando. Dejó espacio. Y Elena se quedó sentada en esa banca sola, pero por primera vez en mucho tiempo, sin sentir que estaba completamente sola. Ahora sí, los rastros de verdad ya no se podían borrar. Era domingo y desde temprano el cielo estaba nublado, pero sin señales de lluvia.

El clima perfecto para caminar sin sudar, para correr sin sofocarse, para encontrarse con alguien sin el sol quemándote la cara. En el parque de los sauces había familias jugando, vendedores de papas, parejas en bancas con los dedos entrelazados, niños con patines, abuelos caminando despacio, lo de siempre.

Pero en un rincón del parque, entre dos árboles grandes y una banca vieja que ya tenía los bordes pelados por el sol, Julián estaba parado con las manos en los bolsillos, mirando el reloj cada 2 minutos. Benjamin estaba a su lado con una bolsa de pan con queso en las manos, apretándola como si fuera el último regalo que tenía para dar. Iba con una playera azul con un dibujo de un robot y unos jeans cortos. Estaba nervioso, pero no decía nada.

Solo apretaba los labios y miraba a todos lados. Cada vez que pasaba una mujer con cabello largo, se estiraba un poquito, como esperando que fuera ella. “¿Tú crees que sí, venga?”, le preguntó sin mirarlo. Julián agachó la mirada hacia él. Dijo que sí. Elena no dice cosas que no piensa.

Benjamin no dijo nada, solo asintió despacio con ese gesto serio que usaba desde que perdió a su mamá. Era un niño pequeño, sí, pero desde hace tiempo traía una tristeza en los hombros que no le correspondía a su edad. Pasaron 5 minutos, 10, 15 y entonces ahí estaba. Elena venía caminando desde la entrada del parque con paso firme pero tranquilo.

Llevaba una blusa sencilla, color durazno, jeans claros y el cabello suelto, algo que no solía hacer cuando trabajaba. No venía maquillada, no venía cargando nada, más que una pequeña botella de agua y una bolsa de tela colgada del hombro. Cuando Benjamin la vio, soltó la bolsa de pan de golpe y corrió hacia ella como si el cuerpo se le hubiera encendido.

Elena! Gritó y ella, sin dudarlo un segundo, se agachó con los brazos abiertos, lista para atraparlo. Se abrazaron fuerte, fuerte de verdad, de esos abrazos que quiebran algo en el pecho. Él le apretaba la espalda, le escondía la cara en el cuello, como si quisiera asegurarse de que no se le escapara otra vez. Te extrañé”, dijo él bajito.

“Yo también, chiquito.” “Mucho,”, le respondió ella con los ojos llenos de lágrimas que no pensaba soltar todavía. Julián los miraba desde lejos, sin moverse, como si fuera una escena que no quisiera interrumpir. Se pasó la mano por el rostro, tragando saliva, con esa mezcla de alivio y culpa que venía sintiendo desde que todo se complicó.

Era como ver algo frágil reconstruyéndose pedazo por pedazo. Benjamin soltó el abrazo, pero le tomó la mano. Ya no estás enojada. No, pero me dolió. A mí también. ¿Y me vas a seguir queriendo? Sí, aunque te vuelvas a ir, no pienso irme otra vez, Benjamin. No, sin avisarte. Lo llevó de la mano hasta donde estaba Julián.

No hubo beso, no hubo abrazo, solo una mirada larga, larga y directa. “Gracias por venir”, le dijo él. No lo hice por ti, lo sé, pero me alegra que estés aquí”, agregó ella más bajito. Benjamin volvió a tomar la bolsa de pan que se le había caído. “Te traje pan con queso.” Yo lo pedí. No dejé que lo tocara nadie. Elena rió. Fue una risa pequeña, nerviosa, pero sincera. Entonces, seguro sabe mejor.

Se sentaron en la banca los tres, con espacio entre ellos, pero con otra energía, una que no se forzaba, que simplemente estaba ahí, como si ese lugar fuera de ellos y nadie más. Comieron despacio. Comentaban cosas pequeñas, lo crujiente del pan, el señor que vendía globos, el niño que gritaba demasiado en el columpio. Nada importante y al mismo tiempo todo era importante.

¿Has dibujado algo nuevo?, preguntó Elena limpiándose con una servilleta. Sí. Hice un dibujo tuyo. En serio, te lo traigo la próxima vez. Me van a encantar. Julián los miraba hablar y sentía algo que le costaba reconocer. Felicidad.

No esa felicidad exagerada de película, sino una más suave, más tranquila, como si el corazón se le aflojara poquito a poquito. Benjamin, ¿me das un momento con Elena?, le preguntó con cuidado. El niño los miró, dudó. ¿Van a pelear? No, dijo Julián. Solo quiero decirle algo. Tú puedes quedarte aquí. Yo voy allá cerquita. Está bien, pero no tardes. Se alejaron unos pasos. Lo justo para hablar sin que nadie oyera, Elena cruzó los brazos, no a la defensiva, sino para contenerse.

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