«¿Que tu madre murió? ¿Y qué? ¡Sirve a mis invitados!», se rió mi marido. Serví la comida mientras las lágrimas corrían por mi rostro. El jefe de mi esposo tomó mi mano y preguntó: «¿Por qué estás llorando?» Se lo conté.

Maxwell asintió.
“Tu madre huyó de nuestro hogar para protegerse. Y te crió sola para darte algo que nunca tuvimos: libertad. Sé que te sentías atrapada. Pero ahora… no estás sola. Soy familia. Voy a ayudarte.”

Lena respiró hondo, como si llenara los pulmones por primera vez en años.
“Por primera vez… siento que puedo respirar.”

Maxwell sonrió levemente.
“Elara estaría orgullosa. Fuiste valiente, incluso con miedo.”

Lena negó con la cabeza.
“No me siento valiente.”

“No se trata de no tener miedo”, dijo él. “Es actuar a pesar de él.”

El apartamento parecía distinto ahora: oscuro, denso, lleno de recuerdos que dolían.
“Este lugar ya no es mi hogar”, murmuró.

“Entonces construyamos uno nuevo”, respondió Maxwell. “Un hogar donde estés segura. Donde puedas elegir.”

Lena lo miró, agotada pero firme.
“Sí. Quiero empezar de nuevo.”

Maxwell la ayudó a ponerse de pie.
“Mañana hablaremos con un abogado, cambiaremos cerraduras, organizaremos tus cosas. Pero esta noche… descansa. Estás a salvo.”

Leave a Comment