Por primera vez, Lena creyó esas palabras.
Caminó hacia la ventana. La ciudad seguía viva afuera, indiferente a su tragedia, pero también llena de posibilidades.
“Mi vida… siempre fue suya”, dijo con voz baja. “Pero ya no.”
Maxwell la observó en silencio, con el mismo respeto que un tío tendría por una sobrina a la que acababa de recuperar.
Lena cerró los ojos.
“Voy a recuperar lo que me pertenece.”
Y quizá, si tú que lees esto has sentido alguna vez ese mismo peso… esa misma cárcel invisible… entiendes lo que significa dar el primer paso hacia la libertad.
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No es por números.
Es porque quizá alguien que lo necesita la verá a tiempo.
Porque la libertad empieza cuando decides decir:
“Mi vida es mía.”