Bueno, vamos a ver si este viejo todavía sabe algo. El momento de la verdad había llegado. Todo el taller se reunió alrededor del Bedal Negro, formando un semicírculo de expectación. Hasta los clientes que esperaban por sus propios vehículos se acercaron atraídos por la tensión palpable en el aire. En Guadalajara, donde todo el mundo conoce a alguien que conoce a alguien, las historias de talleres se esparcen rápido y esta prometía ser legendaria. Don Esteban se secó las manos en un trapo limpio que Roberto le extendió.
El adhesivo había curado perfectamente, sellando la microscópica grieta en el múltiple de admisión. El anciano revisó su trabajo una última vez, pasando el dedo sobre la reparación con la satisfacción de quien conoce su oficio. “Enciéndelo”, le dijo a Sergio con calma. Sergio metió la llave con manos ligeramente temblorosas. Había pagado tanto dinero, perdido tantas horas, sufrido tanta frustración con este coche que ahora casi temía el resultado. Giró la llave. El motor arrancó con un ronroneo perfecto, suave, uniforme.
No había cascabeleo metálico, no había silvido agudo, solo el sonido característico de un motor alemán bien afinado, ese murmullo refinado que justificaba el precio de un BMW. El silencio que siguió fue absoluto. Todos los presentes contuvieron la respiración, esperando que apareciera el fallo, que el ruido regresara. Pero pasaron 5 segundos, 10, 20 y el motor seguía funcionando perfectamente. “Dios mío”, susurró Sergio. “No lo puedo creer. Don Esteban sonrió. Esa sonrisa tranquila de quien nunca dudó del resultado.
Aceléralo un poco. Vamos a ver cómo responde. Sergio presionó el acelerador con cuidado. El motor respondió instantáneamente, subiendo de revoluciones con fluidez perfecta, sin titubeos, sin pérdida de potencia. Era como si el coche hubiera nacido de nuevo. Javier estaba boquiabierto. Don Esteban, esto es. Yo no tengo palabras. Pasamos días revisando este coche y usted lo resolvió en menos de media hora, 32 minutos para ser exactos”, corrigió don Esteban consultando su viejo reloj de pulso, un Timex había sobrevivido a décadas de aceite y grasa.
Pero, ¿quién cuenta? Miguel se acercó al anciano con respeto renovado. Don Esteban, necesito que me enseñe. Yo pensaba que sabía de coches, pero usted acaba de darme una lección de humildad. La humildad es el principio del aprendizaje, muchacho. Respondió el anciano palmeando el hombro de Miguel con afecto paternal. Los escáneres son herramientas útiles, pero nunca reemplazarán el conocimiento y la experiencia. Un buen mecánico necesita ambas cosas. Roberto no podía dejar de sonreír. Había arriesgado su reputación al poner a don Esteban en este trabajo, especialmente frente a un cliente exigente y un coche moderno.
Pero el viejo maestro había demostrado una vez más por qué era una leyenda. ¿Cuánto le debo? preguntó Sergio sacando su cartera con evidente alivio. Honestamente, después de gastar 50,000 en la agencia, pagaría lo que fuera necesario. Don Esteban negó con la cabeza. Yo no cobro, joven, estoy retirado. Roberto es quien maneja los precios del taller. Roberto pensó por un momento. La reparación había sido mínima en materiales, un poco de adhesivo, limpiador, lija, pero el diagnóstico había sido invaluable.