Pusieron al mecánico a reparar el coche más problemático — sin saber que lo arreglaría en minutos…

Sergio, por su parte, no sabía si reír o llorar. Su costoso BMWB, su orgullo alemán, estaba a punto de ser revisado por un anciano que parecía apenas capaz de caminar hasta el coche. “Con todo respeto, señor”, dijo Sergio sin poder contenerse. “¿Está seguro de que él puede?” “Déjelo intentar.”, interrumpió Roberto con firmeza. “Don Esteban ha visto más motores que todos nosotros juntos. ” El anciano se acercó al BMW, pasó su mano arrugada por el cofre con algo parecido al cariño y sonríó.

Estos coches tienen alma, ¿sabes? Solo hay que saber escucharla. Don Esteban caminó alrededor del bemelv con pasos cortos y deliberados, observando cada detalle con una atención que contrastaba con la prisa nerviosa de los demás. El calor del mediodía hacía temblar el aire, pero el anciano parecía inmune a la incomodidad, concentrado únicamente en el vehículo frente a él. “¿Puede encenderlo?”, pidió con voz suave, pero firme. Sergio metió la llave y giró. El motor arrancó con ese ruido irregular, el cascabeleo metálico que había enloquecido a tres mecánicos diferentes.

Don Esteban cerró los ojos, inclinó ligeramente la cabeza y simplemente escuchó. Sus dedos tamborileaban sobre el bastón, siguiendo un ritmo que solo él podía percibir. Apáguelo ordenó después de 30 segundos. Javier soltó una risa nerviosa. Ya terminó. Don Esteban ni siquiera abrió el cofre. El anciano lo miró por encima de sus gruesos lentes. Muchacho, hay cosas que se ven y cosas que se escuchan. Ustedes, los jóvenes, quieren meter máquinas a todo. Revisaron el múltiple de admisión. Por supuesto, respondió Miguel defensivamente.

Fue lo primero que checamos. Todo está en orden. Según el escáner. El escáner miente cuando no sabe qué buscar, murmuró don Esteban. Ábranme el cofre. Roberto hizo la señal a su hijo, quien con evidente escepticismo abrió el cofre del BMW. El motor resplandecía limpio con esa perfección germánica que intimidaba a algunos mecánicos. Don Esteban se acercó despacio, dejó su bastón apoyado contra el guardafango y comenzó a palpar diferentes partes del motor con sus manos deformadas por la artritis.

“Cambiaron las bujías?”, preguntó sin mirar a nadie. En la agencia las cambiaron hace dos semanas, respondió Sergio. Si bujías originales BMW me costaron 4,000 pes el juego. Don Esteban asintió, pero sus dedos seguían explorando. Se detuvo en una zona específica, cerca del múltiple de admisión y presionó ligeramente. Un pequeño crujido se escuchó casi imperceptible. Ahí está tu problema. ¿Dónde? Javier se acercó intrigado a pesar de su escepticismo. No veo nada raro. ¿Por qué no estás mirando con las manos?

Explicó don Esteban pacientemente. Este coche tiene una pequeña fractura en el múltiple de admisión. Justo aquí no se ve a simple vista ni aparece en el escáner porque el sensor está más arriba, pero está chupando aire falso. Por eso el motor pierde potencia y se comporta de manera irregular. Miguel se inclinó para ver más de cerca. Pero, don Esteban, revisé todo el sistema de admisión. No hay fugas. La revisaste con el escáner, no con tus manos. La grieta es mínima, casi invisible, pero cuando el motor se calienta, se expande y permite la entrada de aire no medido.

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