
Ahí dentro, leyendo el periódico en una silla desvencijada, estaba don Esteban Vargas, 78 años, manos torcidas por la artritis, lentes gruesos que magnificaban sus ojos cansados. Don Esteban había sido el mejor mecánico de la zona durante cuatro décadas. Había trabajado en ese mismo taller cuando todavía se llamaba Taller Méndez y los coches tenían carburador. Ahora, oficialmente retirado desde hacía 5 años. Seguía yendo al taller todos los días porque, según él, su casa era demasiado silenciosa después de que muriera su esposa.
“¿Don Esteban?”, preguntó Javier con tono burlón. Papá, con todo respeto al viejito, pero ese coche tiene más computadoras que la NASA, don Esteban ni siquiera sabe usar un celular. Roberto también dudaba, pero la mirada desesperada de Sergio lo hizo reconsiderar. Don Esteban trabajó en coches alemanes toda su vida. Mercedes, bem, Bebe, Volkswagen. Antes de que existieran los escáneres, él diagnosticaba con el oído y las manos. Sí, pero eso era hace 30 años, insistió Miguel. Los coches de ahora son diferentes.
Son computadoras con ruedas. Sergio levantó las manos. No me importa si lo revisa un niño o un anciano. Si nadie puede arreglarlo, entonces déjenme hablar con él. ¿Qué más puedo perder? Roberto caminó hacia la oficina donde Esteban levantó la vista del periódico donde leía sobre el próximo clásico tapatío entre Chivas. y Atlas. Don Esteban, necesito su ayuda. El anciano se quitó los lentes y los limpió con la punta de su camisa a cuadros. Roberto, hace meses que no me pides que toque un coche.
Pensé que ya me habías mandado definitivamente a la jubilación. Tenemos un caso complicado, un BMUBo que nadie ha podido resolver, ni la agencia, ni Javier, ni Miguel. El cliente está desesperado. Don Esteban se levantó con dificultad apoyándose en su bastón. Un BMV de ¿qué año? 2019, serie 7. El anciano asintió lentamente. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios arrugados. Los jóvenes dependen demasiado de las máquinas. Vamos a ver qué tiene ese coche. Cuando don Esteban salió de la oficina cojeando, apoyado en su bastón, Javier y Miguel intercambiaron miradas de incredulidad.