A tu edad, tu madre ya había dado a luz a tres hijos y consolidado alianzas que beneficiaron enormemente a esta familia, pero tú se detuvo gesticulando vagamente hacia ella.
Tú has resultado ser una inversión fallida, una vergüenza para el apellido Vázquez de Coronado.
Las palabras golpearon a Jimena como martillazos.
Había escuchado variaciones de ese discurso durante años, pero nunca expresado con tanta crudeza.
Sus manos se cerraron en puños sobre su regazo mientras luchaba por mantener la compostura.
He decidido continuó su padre, que es hora de encontrar una solución definitiva a tu situación.
Mañana llega un prisionero apache al fuerte militar, un guerrero capturado durante las últimas escaramuzas en la frontera.
Don Patricio se detuvo frente a su escritorio de Caoba, tomando un documento oficial entre sus manos.
Las autoridades han accedido a mi propuesta.
Serás entregada a este salvaje como su compañera.
Así al menos servirás para algo útil, mantener controlado a un prisionero peligroso.
El mundo de Jimena se tambaleó.
Durante unos segundos creyó haber escuchado mal.
“Padre”, murmuró con voz temblorosa.
“Está hablando en serio, completamente en serio, respondió él con frialdad glacial.
Ya no puedo seguir manteniendo a una hija que no aporta nada a esta familia.
Al menos de esta manera, tu existencia tendrá algún propósito.
Evitarás que tengamos que ejecutar a la Pache y tú finalmente tendrás un marido, aunque sea un salvaje.
Jimena se puso de pie lentamente, sintiendo como si estuviera flotando fuera de su propio cuerpo.
“¿Me está vendiendo a un prisionero de guerra?”, preguntó su voz apenas un susurro.
Te estoy dando una oportunidad de ser útil por primera vez en tu vida, replicó don Patricio sin un ápice de compasión.
El Apache se llama Tlacael.
Mañana serás trasladada al territorio que le han asignado como reserva.
Considera esto como tu matrimonio arreglado, solo que con alguien de tu nivel.
Esa noche, mientras empacaba sus pocas pertenencias personales en un baúl de cuero, Jimena lloró por primera vez en años.
Pero entre las lágrimas de dolor y humillación comenzó a germinar algo inesperado, una extraña sensación de liberación.
Por primera vez en su vida, estaría lejos de las miradas de desprecio, de los comentarios crueles, de la constante sensación de ser una decepción viviente.
Al amanecer siguiente, cuando el carruaje se alejó de la mansión familiar llevándosela hacia lo desconocido, Jimena no miró atrás.
No sabía que se dirigía hacia el encuentro que transformaría su vida de maneras que jamás habría imaginado posible.
El territorio apache se extendía bajo el sol implacable como una tierra olvidada por Dios, donde las rocas rojas contrastaban con el cielo azul intenso y el viento llevaba historias de libertad y resistencia.
Tlacael había sido llevado a este lugar no como castigo, sino como parte de un experimento del gobierno mexicano.
Establecer reservas donde los guerreros capturados pudieran vivir en paz controlada en lugar de ser ejecutados.
El experimento incluía proporcionarles esposas mexicanas para civilizarlos y crear descendencia mezclada que fuera más fácil de controlar.
Cuando el carruaje polvoriento se detuvo frente a la cabaña de adobe, que sería su nuevo hogar, Yena descendió con las piernas temblorosas y el corazón latiendo como un tambor de guerra.
El aire del desierto era diferente a todo lo que había conocido, seco, caliente, cargado de una energía salvaje que la hizo sentir extrañamente viva.
Sus faldas de seda, tan apropiadas para los salones de la ciudad, se veían ridículamente fuera de lugar en este paisaje árido.
Tlacael emergió de la sombra de la cabaña como una aparición surgida de las leyendas.
Era un hombre de 30 años, alto y fuerte, con piel bronceada por el sol del desierto y cabello negro que le caía hasta los hombros.
Sus ojos oscuros tenían la profundidad de quien ha visto tanto la gloria como la tragedia.
Y cuando posó su mirada en Jimena, ella sintió como si estuviera siendo evaluada por un juez que veía más allá de las apariencias superficiales.
¿Esta es la mujer que me envían? preguntó en español, claro, pero con acento marcado, dirigiéndose al capitán que había escoltado a Jimena.
Su voz tenía un tono de incredulidad que hizo que las mejillas de la joven se encendieran de vergüenza.
¿Creen que voy a aceptar a alguien que me entregan como si fuera un perro al que lanzan un hueso? El capitán, un hombre mayor acostumbrado a tratar con prisioneros rebeldes, endureció su expresión.
No tienes opción, Apache.