Pero cuando su propio padre la entregó a un guerrero apache como castigo, nadie imaginó que encontraría el amor más puro que había existido jamás.

Vestía sus mejores galas de guerra, pero había venido en son de paz, como lo indicaban las plumas blancas que llevaba en el cabello.

Los guerreros que lo acompañaban permanecieron montados, formando un círculo protector, pero no amenazante.

Don Patricio salió al portal, flanqueado por varios sirvientes armados.

¿Qué significa esta intrusión? demandó con voz que intentaba sonar autoritaria, pero que traicionaba nerviosismo.

“Vengo a reclamar a mi esposa”, declaró Tlacael en español claro, su voz resonando por todo el patio.

“Vengo a reclamar a la mujer que eligió libremente estar conmigo y que fue tomada en contra de su voluntad.

” Jimena apareció en el balcón y cuando sus ojos se encontraron con los de Tlacael, sintió que su corazón se expandía hasta casi explotar de alegría.

Tlacael.

gritó y antes de que alguien pudiera detenerla, corrió escaleras abajo hacia el patio.

“Detenganla”, rugió don Patricio, pero era demasiado tarde.

Jimena se arrojó a los brazos de Tlacael, quien la recibió como si fuera lo más preciado del mundo.

“Pensé que no volvería a verte”, murmuró ella contra su pecho.

“Prometiste que encontrarías una manera de regresar a mí”, respondió él, apartándola lo suficiente para estudiar su rostro.

Pero yo decidí no esperar.

Decidí venir por ti.

Uno de los colonos mexicanos se adelantó.

Un hombre mayor con ropa simple pero limpia.

Señor Vázquez de Coronado dijo con respeto pero firmeza.

Mi nombre es Miguel Herrera.

Esta mujer salvó la vida de mi nieta cuando los doctores de la ciudad dijeron que no había sim.

Mi esposa tenía dolores terribles que ningún médico pudo curar hasta que ella preparó las medicinas que la sanaron completamente.

Otros colonos se adelantaron, cada uno con historias similares.

Una mujer joven habló de cómo Jimena había ayudado en un parto difícil que había salvado tanto a la madre como al bebé.

Un anciano describió cómo ella había curado una infección que amenazaba con costarle la pierna.

Historia tras historia se acumuló pintando el retrato de una mujer que había encontrado su verdadera vocación en el servicio a otros.

Esta mujer, continuó Miguel Herrera, no es una cautiva que necesita rescate, es una sanadora que ha elegido vivir entre nosotros porque su corazón está aquí.

Separarla de su esposo y de su trabajo sería un crimen contra Dios y contra la humanidad.

El padre Sebastián, que había estado escuchando en silencio, se acercó lentamente.

Su expresión había cambiado completamente durante los testimonios.

“Señor Vázquez de Coronado”, dijo con voz pensativa, “He dedicado mi vida a servir a Dios y puedo reconocer una verdadera vocación cuando la veo.

Esta mujer ha encontrado su manera de servir al creador.

Interferir con eso sería interferir con la voluntad divina.

” Don Patricio se encontró en una posición imposible.

La evidencia era abrumadora.

Leave a Comment