« Pendant notre audience de divorce, mon ex-mari s’est moqué de ma robe achetée en friperie — quelques minutes plus tard, je repartais avec un héritage qu’il ne pourrait jamais égaler. »

Las noches sin dormir se convirtieron en amaneceres. Estudié balances, códigos y contratos de energía hasta que mi visión se nubló. Me reuní con tantos empleados como pude, desde ingenieros hasta personal de mantenimiento, escuchando a aquellos que nadie más podía ver.

Poco a poco, empezaron a creer en mí.

Una noche, después de catorce horas seguidas, David apareció en mi puerta con un café.
“Pareces haber pasado por una guerra”, bromeó.

“Sí que lo has hecho”, suspiré.

“Estás ganando”, dijo. “La mitad de la junta ya te respeta.” »

“La mitad no es suficiente.”

Sonrió. “Toda revolución comienza con la mitad.”

Había algo en su voz que me hizo conectar con la tierra. No era adulación, sino confianza. No sabía cuánto lo había extrañado.

Entonces, una noche, todo cambió.

María, una contable discreta, dejó un archivo en mi escritorio. “Tienes que ver esto”, susurró.

Dentro, la prueba de que Nathan estaba desviando millones a cuentas en el extranjero.

Fraude. Fraude masivo.

Mi pulso se aceleró. Podría haber ocultado el asunto —para proteger el precio de las acciones—, pero entonces pensé en la carta de mi tío: Lidera con integridad.

A la mañana siguiente, convoqué la reunión de la junta. Nathan llegó tarde, tan seguro como siempre.

“¿De qué se trata esto?”, preguntó.

Le deslicé el archivo. “Explícalo”.

La habitación se congeló. Su rostro palideció al pasar las páginas.

“¿Dónde…?”

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