150 pesos diarios – tres años de paciencia y aquella despedida que me dejó sin palabras.
Me llamo Raúl, vivo en Guadalajara. Antes de casarnos, mi esposa Anita trabajaba como contadora en una empresa de importaciones, con un sueldo mensual de unos 30,000 pesos. Yo había calculado que ese dinero alcanzaba para los gastos de la familia, y mi propio sueldo —60,000 pesos— lo usaría solo para ahorrar, comprar oro y construir el futuro.
Pero a los dos meses de casarnos, Anita quedó embarazada. La noticia nos tomó desprevenidos, sin planes. Poco después sufrió un aborto espontáneo. El médico en el Hospital Civil le recomendó reposo prolongado, pero la empresa no aceptó y terminó despedida.

De ser una mujer independiente, Anita pasó a ser ama de casa a la fuerza, totalmente dependiente de mí. Yo pensé con fastidio: “Apenas nos casamos y ya tengo que mantenerla.”
Ese día impuse una regla estricta:
—“De ahora en adelante te daré solo 150 pesos diarios para ir al mercado y preparar la comida. Yo desayuno y como en la calle, con que haya cena caliente es suficiente.”
Anita me miró con tristeza y resignación, pero no discutió. Solo asintió en silencio.
Al principio, Anita batallaba para estirar esos 150 pesos: unas verduras, unas papas, un poco de arroz, la sal medida. Muchos días prefería ayunar en secreto para que alcanzara para mí y para el niño.
Yo nunca lo noté. En mi mente, ella solo debía cumplir con “sus labores de casa”. Si había tortillas y un guisado sencillo en la mesa, yo asumía que con 150 pesos alcanzaba perfectamente.