—La cicatriz de tu padre… es porque salvó a alguien…
Ángel abrió mucho los ojos.
—¿Cómo… cómo lo sabes?
Le conté toda la historia. Lo entendió al instante: su padrastro lo había arriesgado todo para protegerme, soportando el dolor solo para mantener a nuestra familia a salvo.
Al día siguiente, hablé con Don Héctor. No gritó ni suplicó. Solo dijo:
—Tienes razón, hija. Ya he corrido bastante.