“Papá, empiezo ya”, susurré mientras empezaba a bañar a mi suegro paralítico, pero en cuanto se quitó la camisa, me quedé sin aliento. La extraña advertencia de mi esposo antes de irse resonó de repente en mi mente, y en ese instante, todo cobró sentido.

—La cicatriz de tu padre… es porque salvó a alguien…

Ángel abrió mucho los ojos.

—¿Cómo… cómo lo sabes?

Le conté toda la historia. Lo entendió al instante: su padrastro lo había arriesgado todo para protegerme, soportando el dolor solo para mantener a nuestra familia a salvo.

Al día siguiente, hablé con Don Héctor. No gritó ni suplicó. Solo dijo:

—Tienes razón, hija. Ya he corrido bastante.

Leave a Comment