“A partir de hoy, todos los pagos automáticos de mi tarjeta han sido desactivados. Las tarjetas con las que ‘pagabas de vez en cuando y luego las devolvía’ han sido bloqueadas.”
Miró a Sveta directamente a los ojos.
“¿Querías quedarte? Por favor. Pero ahora no vives con la ‘amable Natasha’, vives con el casero, que te cobrará semanalmente. Como cualquier otro casero.”
“¿Qué quieres decir con dinero?” Svetlana no entendía. “¿Te debemos algo?”
“Desde hace siete años… sí. Mucho”, dijo Natalya con calma. “Pero soy amable, lo amortizaremos. Solo lo cobraré a partir de mañana.”
Sacó un papel y un bolígrafo.
“La habitación donde duermes tiene 12 metros cuadrados. En nuestra zona, el alquiler es de unos mil por metro cuadrado. Pero son ‘de la familia’, así que sean veinte mil al mes. Más veinticinco mil para los servicios. Eso son cinco más. Así que, veinticinco mil al mes. El primer pago es mañana.”
“¿Estás…?” Los labios de Sveta temblaron. “¡Estás loca!”
“Quizás”, suspiró Natalya. Ya sabes, escribir constantemente por la noche, las chaquetas siempre colgadas en el pasillo, el ‘Natasha, compra esto, compra aquello’, los platos en el fregadero y la nevera vacía… cualquiera podría volverse loco.
Miró a Víctor:
“Puedes pagarlo si quieres. Seguimos legalmente casados. Pero no por mucho tiempo”.
“¿Qué dinero, Natasha?”, intervino Antonina Pavlovna. “¡Es Svetka, parientes de sangre!”.
“Entonces llévate tu ‘sangre’ contigo”, sugirió Natalya en voz baja. “Y dale de comer con mi pensión, si te parece bien. Yo no”.
Etapa 2. Divorcio: no solo en el pasaporte.
“Natasha…”, Víctor intentó tomarle la mano, pero ella se apartó.
“Ya he entregado los documentos al MFC”, dijo. “Seremos oficialmente libres en un mes. Mientras tanto, repartamos el resto”.