Se sentó y colocó cuidadosamente los papeles delante de ella. Detrás de ella, todos se agolpaban en la puerta: Sveta, Viktor, Antonina Pavlovna, que ya se había acercado sigilosamente, fingiendo “pasar por allí sin querer”.
—Bueno —dijo Natalya levantando la cabeza—. Ya que has decidido decirme quién se queda en mi casa, yo, como propietaria legal y única responsable del pago, te anuncio mis reglas.
—Natasha, compartimos el apartamento —intentó objetar Antonina Pavlovna—. ¿Qué dices…?
—El apartamento es mío —dijo Natalya con severidad—. Lo compramos antes de la boda. Tu hijo se mudó ya terminado. Tú misma me dijiste entonces: «Viktor tiene mucha suerte, encontró una novia así, no necesita hipoteca». ¿Lo has olvidado?
La suegra se quedó un momento desconcertada, pero se repuso enseguida:
—No tergiverses las cosas. Tú misma te alegraste entonces de que viviéramos más cerca…
—Seis meses —le recordó Natalya—. «Mientras Anton vive de alquiler y Lena está divorciada». Eso fue hace siete años.
Dejó un recibo, luego otro, luego un tercero:
“Aquí están todas las facturas de servicios de siete años. Aquí están los comestibles. Aquí están las medicinas, internet, la guardería de Vanya, el café de tu hijo, los cigarrillos de Lena. Todo está en mi tarjeta.”
No levantó la voz. Pero la cocina se había quedado tan silenciosa que se oía el tictac del reloj de la pared.
“Natasha, somos una familia…”, empezó Víctor con su tono habitual.
Se puso de pie. Y entonces, fue como si todo lo que había estado acumulando durante años se le escapara.
“¿Familia?”, se le quebró la voz. “¡Familia es cuando los adultos no viven solo de una persona durante años!”
Golpeó con la palma de la mano el fajo de recibos, haciendo que varios volaran por la mesa.
“¡LO PAGÉ TODO!”, gritó Natalya. ¡Y comiste, dormiste y aun así tuviste el descaro de quejarte! ¡Ahora paga por tu descaro!
La cocina se estremeció. Un perro ladró en el pasillo, alguien corrió a la habitación de los niños: la hija “temporal” de Lena había encendido los dibujos animados.
“¿De qué gritas?”, intentó atacar Svetlana. “¡Nadie te obligó! Tú lo permitiste, tú lo compraste, tú…”
“Sí”, asintió Natalya. “Porque creía que era temporal. Porque esperaba que fueras humana. Pero resulta que solo eres una consumidora, acostumbrada a vivir a costa de los demás.”
Giró la pantalla de su teléfono hacia ellas.