Pero la sorpresa mayor apareció tres horas después.
En un saliente natural, semiescondida entre matorrales secos, hallaron una caja metálica de primeros auxilios, oxidada en los bordes pero claramente colocada allí con intención. Dentro había vendas, restos de medicamentos… y una nota doblada cuidadosamente dentro de una bolsa de plástico.
Morel abrió la nota. La escritura temblorosa no dejaba dudas:
“Si alguien encuentra esto, ayúdenla. No fue culpa suya. Él volvió, pero no era el mismo. No pudimos bajar. Intentamos pedir ayuda. Si Clara está viva… por favor, cuídenla.”
Firmado: J.H.
El mensaje sembró desconcierto. ¿“Él volvió”? ¿Quién era ese “él”?
La familia aclaró un detalle estremecedor: semanas antes de desaparecer, Julián había tenido conflictos con un hombre llamado Aitor, un antiguo compañero de expediciones que lo había acusado públicamente de apropiarse de un proyecto fotográfico conjunto. La caída de su amistad fue abrupta y amarga.
La gendarmería reabrió una investigación paralela sobre Aitor. Resultó que había estado en los Pirineos justo durante los días de la desaparición… pero nunca lo había confesado.
Mientras tanto, los equipos encontraron una salida natural en la parte alta de la grieta, un estrecho corredor que daba a una zona boscosa muy alejada del sendero principal. Allí, bajo capas de hojas, encontraron rastros de un campamento rudimentario, aparentemente utilizado hace años: restos de fogata, un cuchillo oxidado y varios envoltorios de comida.
Y entre los objetos, algo devastador: un zapato pequeño, identificado como de Clara, junto con restos de su ropa. No había huesos, lo que significaba que la niña pudo haber salido de ese punto con vida.